sábado, 23 de diciembre de 2017

DAMNIFICADOS


Más de cinco millones y medio de catalanes estaban llamados a las urnas el pasado jueves para elegir a sus representantes en las instituciones autonómicas. Al amparo de la excepcionalidad, de un artículo 155 de la Constitución  al que dotaron de contenido desde la Moncloa,  se llamaba a la sociedad catalana a retornar a la legalidad. Para ello, se invocaba a una supuesta “mayoría silenciosa” para que  se desplazara hasta los colegios electorales y allí dejara constancia de su voluntad, supuestamente oculta.  Se decía, intencionadamente, que la masa callada  e inactiva  respondía al “unionismo” español y que de su movilización dependería el vuelco político de Catalunya.

Los conspicuos observadores españoles se frotaban las manos al observar , a lo largo del día, que la participación ciudadana era masiva rompiendo el récord  y alcanzando el 82% cuando los colegios electorales cerraron sus puertas a las ocho de la tarde.

Pero el mito de la “mayoría silenciosa” se desvaneció en cuanto se conocieron los resultados.  2,4 millones de catalanes  votaban a opciones que defendían el derecho a decidir. De ellos, dos millones optaron abiertamente por formaciones que apoyaban la República catalana. Otros 2,2 millones de electores depositaban papeletas de formaciones contrarias a la independencia. Pluralidad en estado puro. Un primer partido unionista y una mayoría parlamentaria soberanista.

Si alguna consecuencia puede extraerse de manera objetiva de los resultados  finales de las elecciones catalanas es la larga lista de damnificados  que el paso por las urnas ha generado.

La principal damnificada de estos comicios ha sido la política de excepcionalidad española contra Catalunya. El artículo 155 y las medidas de intervención institucional y política. Toda la política de “palo y tentetieso” fracasó. Negar solución a los problemas no los hacía desaparecer. Al contrario, los avivaba como quedó demostrado con la mayoría independentista surgida de las urnas. 

Damnificado, igualmente el “procés” soberanista. Aún cuando la suma de escaños  de las tres formaciones soberanistas  volvía  a tener una mayoría absoluta en el Parlament, la denominada “vía catalana unilateral ” hacia la República   descarrilaba. En primer lugar por los errores cometidos en los meses precedentes. En segundo término, porque la suma de escaños  no se compadecía con el número global de votos –no consiguieron mayoría absoluta de sufragios-, lo que imposibilitaba  una acción  unilateral legitimada. En tercera consideración, porque  los enfrentamientos observados entre Esquerra, JxCatalunya (PDCAT) y las CUP han hecho que hasta las relaciones personales de sus dirigentes se hayan resquebrajado. Ya no hay confianza recíproca. Y así es imposible liderar mancomunadamente nada.

Damnificado, aunque no lo parezca,  también  Puigdemont. Aunque el President en funciones ganara en su pugna con ERC, su situación de prófugo a la justicia le hace perder. Si algo está claro, más allá del “procés”, o de la aplicación del artículo 155 es que la política y la actividad judicial tienen vidas independientes. Los sumarios  y los procedimientos judiciales  nada tienen que ver con la política y su coyuntura y aunque unas elecciones revelen el apoyo  popular a un candidato,  si éste se encuentra  encausado, procesado o investigado por la administración de justicia, su acción y consecuencias le perseguirán sin desmayo.

El President en funciones sabe que tarde o temprano, si quiere ocupar su acta parlamentaria y optar a la investidura deberá volver a casa. Cuando así lo haga,  se enfrentará con las consecuencias de una orden de detención contra su persona. Damnificado, malogrado y creo que, por desgracia, sucumbido.

Damnificado, y mucho, el PDCAT. Pese al éxito de JxCatalunya, -la marca electoral encabezada por Puigdemont- el nuevo partido que sustituyó a Convergencia,  se encuentra desvencijado, sin perfil. Sin contenido. La candidatura de Puigdemont  le favoreció aire y éxito electoral. Pero el haber cedido las llaves del autobús al President , su gestión personal y personalista – el PDCAT no intervino ni en la elaboración de sus listas electorales- ha vaciado de carácter, de impronta y de ideología al que debería haber sido la organización líder de Catalunya. Esa falta de rasgos de identidad llevarán al PDCAT a una difícil travesía para encontrar el lugar  en el que la formación nacionalista se encuentre cómoda y representada.

Damnificada, igualmente, ERC. Descabezada, como diría Soraya Sáez de Santamaría.  Con su secretario general  y líder indiscutible, Oriol Junqueras, injustamente encarcelado.  Y con la amenaza latente de que Marta Rovira, la “segunda “ en el escalafón pueda seguir los pasos de Junqueras , a tenor de las filtraciones de las supuestas investigaciones judiciales.  La “decapitación” de sus dirigentes podría ser una pérdida en sí misma para ERC. Pero esta formación está, extrañamente, acostumbrada a ver cómo sus principales dirigentes son fagocitados. ¿Alguien se acuerda de Puigcercós? ¿De Carord Rovira? O de ¿Àngel Colom?. Todos ellos fueron secretarios generales de ERC.  Deglutidos. Como Saturno devoraba a sus propios hijos.

Además, la situación actual les tiene entrampados.  Pretendían ocupar la zona alta del vaso comunicante independentista y tampoco lo consiguieron. La “legitimidad” del president “exilado” pudo más que la coherencia del líder encarcelado. Y por pocos votos, ERC no consiguió el “sorpasso”.

Ser terceros en disputa les ha dejado deprimidos, aunque  exterioricen lo contrario. Ahora deberán optar. Seguir la senda planteada de una nueva transversalidad –bajar un escalón en sus reivindicaciones- o seguir la rueda de Puigdemont, y las pretensiones de las CUP –de quienes no se fían y hacen bien- .

En el otro eje ideológico, las elecciones también han desnudado a posiciones que, pese a su discurso público de éxito por paralizar el “procés” tendrán muy poco que celebrar de puertas adentro a sus organizaciones.

Damnificado número 1; el PP de Albiol. El PP de Rajoy. Los populares, ejecutores de la intervención constitucional del 155 han obtenido sus peores resultados electorales en Catalunya. Más allá de haber presentado al menos valorado de los candidatos en liza –García Albiol-  su discurso extremo ha dejado todo el espacio del españolismo “útil” a Ciudadanos, el partido-bandera.  Rajoy pensaba que con las elecciones, en aplicación del 155, acababa con el independentismo.  Ha acabado con el PP en Catalunya y lo que nadie sabe es si el PP estatal, o la derecha política y sociológica aceptará por más tiempo el liderazgo del registrador pontevedrés o forzará su relevo.

Aunque parezca inverosímil, damnificada será igualmente Inés Arrimadas. Pese a ser la ganadora de las elecciones. Pese haber conseguido un incremento de voto y escaños espectacular,  no podrá gobernar. Y lo sabe.  Ciudadanos y su líder Rivera, no han sabido hacer ni un solo amigo en el panorama político. Y eso, pese a su ascenso,  les traerá consecuencias. Especialmente del PP, cuyos dirigentes se esforzarán en los próximos tiempos en buscar las cosquillas  de la formación naranja y provocar su caida.  Ciudadanos se ha convertido, tras estos comicios, en el adversario a eliminar y su fragilidad organizativa puede hacerle un blanco fácil. 

Damnificado  “Podemos”. La formación morada no ha cumplido sus expectativas. De ganar  los comicios generales en Catalunya a perder toda influencia. Pese a la imagen de Ada Colau o del propio Xavier Domènech.  Damnificado Iceta, que no ha conseguido su objetivo de catapultar el PSC pese a su propuesta de diálogo transversal. Y damnificados igualmente las CUP. Aunque eso a ellos les importe un bledo. Porque lo suyo  no es la política. Lo suyo es el “mambo” y la revuelta.

Esta es la foto que a mi parecer ha trasladado la sociedad catalana tras los comicios del pasado jueves. Quizás la instantánea necesite reposar  un poco más para identificar mejor los contornos dibujados. Pero, errores o aciertos de percepción a un lado, una cosa resulta evidente; lo hecho hasta ahora  para afrontar el contencioso catalán no ha valido para nada. Es tiempo de una nueva política. Política con mayúsculas. De hacer frente a los problemas y tratar  de resolverlos. No de esquivarlos o negarlos. Y mucho menos de pretender zanjarlos mediante  medidas excepcionales o de fuerza que hoy más que nunca se han demostrado ineficaces y perniciosos para la convivencia y la democracia.

 

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