sábado, 11 de noviembre de 2017

LECCIÓN APRENDIDA


Las discusiones entre padres e hijos en relación al “orden constitucional familiar” son como el primer estadio  de lo que venimos a determinar generalmente como convivencia. ¿Quién no ha  experimentado ese tira y afloja de establecer el horario de entrada a casa  de los menores durante el fin de semana?.  “A las dos como muy tarde” . “Para eso no salgo”. “Pues no salgas”.  “Voy a ser el único. A los demás les dejan hasta las cinco”. “Pues tú te vienes antes”. “ ¿No querrás que venga solo a esas horas, no?”. “Pregúntale a tu madre”. “Yo no digo nada”. “Vale. A las tres”. “¡Que no he dicho!”…

En una de esas disputas en la que los progenitores muchas veces nos quedamos sin argumentos  (Yo una vez negué a mi hija la opción de salir porque “hacía frío” –como si no hubiera  prendas de abrigo  que lo mitigaran-)  solemos concluir por aplicar  un  155 especial, que en nuestro caso es el artículo treinta y tres; “porque lo digo yo y punto”.  Así, en un debate  acalorado y participativo y ante la perspectiva de que mis tesis comenzaban a quedar en franca minoría, sentencié; “Tú sabes lo que es la democracia?” –pregunté directamente  a quien pretendía salir de verbena-. “Sí” –me contestó-. “Pues bien –cerré la discusión-. Democracia es lo que no hay en esta casa.  Aquí se hace lo que  mando.” Y me quedé tan ancho. Y nome hicieron, como siempre, ni puñetero caso.  Así que, desde entonces, he dejado de discutir. Voto y punto. Si gano bien. Si pierdo –casi siempre-, también. Derecho a decidir.  

 

El domingo pasado fui a votar. En el municipio en el que resido,  la plataforma Gure Esku Dago había convocado a la ciudadanía a participar en un ejercicio práctico sobre el derecho a decidir. En otras muchas localidades vascas también  se ponían urnas  animando a las personas a “engrasar”  la maquinaria democrática de consultas populares.  Votar no hace daño a nadie. Al contrario, libera  emociones y- siempre es saludable.

Cuando GED comenzó a dar sus primeros pasos tuve dudas razonables sobre su neutralidad e intenciones. En un país como el nuestro en el que en la vida política hemos visto casi todo, y  en el que ha habido agentes agitadores que no han dudado en vestirse de lagarterana para llevar el agua a su molino,  lógico es  proteger la inocencia  con ciertas dosis de desconfianza.  

La prevención es mayor si cabe cuando  lo que se pide es la suma de voluntades, partiendo de la base de que “todos somos buenos”.  Hacer una cadena humana  fiándote de la mano de quien tienes al lado cuando  quien te la ofrece bien  te podía haber agredido en un pasado reciente no es plato de buen gusto para nadie.  Esa susceptibilidad, provocada por años de violencia, de actos de intolerancia, de amenazas y de agresiones  no es un invento. Existe y supone una barrera en la convivencia que, poco a poco, deberemos ir superando  si queremos construir un nuevo país  en plenitud y verdad.

De ahí se desprende que la intención de los promotores de Gure Esku Dago de  favorecer  un entendimiento transversal entre vascos, que más allá de la política compartiese el derecho humano a decidir, resultase  de difícil gestión.  Sin embargo, poco a poco, y gracias al voluntarismo ciudadano  y a la dedicación de sus principales impulsores,  GED –Gure Esku Dago- se fue ganando un especio  bienintencionado de respeto y respaldo. 

En lo que respecta al partido que represento, el PNV, en los últimos años hemos procurado dejar bien clara  nuestra separación orgánica de dicho movimiento. Alguno lo ha interpretado como un gesto hostil. Al contrario. Creíamos y creemos  que cualquier vinculación  directa de un partido político con GED contaminaría a dicha plataforma haciendo que apareciera ante la opinión pública como  una iniciativa sesgada al servicio de intereses partidistas.  De ahí que animáramos a nuestra militancia a que, individualmente y de manera voluntaria,  colaborara, quien así lo estimara con  GED. Pero no vincularíamos nuestras siglas  con las del movimiento social. Para no perjudicarle. Por respeto y seriedad.

Los movimientos sociales no se improvisan. Ni se inventan artificialmente. Su éxito radica en reflejar fielmente  una demanda ciudadana. Una reivindicación transversal  a las diferentes ideologías y propuestas políticas. Y el derecho a decidir se encuentra en ese ámbito. No es una pretensión de nacionalistas o soberanistas. Es simplemente un principio democrático.

Los nacionalistas vascos no somos autodeterministas.  Nuestro desidiratum  va más allá. Surgimos a la acción política reclamando un Estado vasco en el ejercicio de un sujeto político soberano llamado Euskadi. Y en ese empeño, desde una práxis posibilista y gradual llevamos 122 años de dilatada trayectoria.  El derecho a decidir es una formulación  previa. Un mecanismo democrático de respeto a las voluntades de todos. Los que están a favor y en contra. Los que defienden la independencia de Euskadi o la unidad de España.

Asentar ese principio en la colectividad vasca no es tarea baladí. Y ahí  he de reconocer el papel de Gure Esku Dago. Pese a que las consultas populares impulsadas  hayan obtenido una escasa participación del censo, su labor pedagógica y socializadora de este principio democrático ha resultado encomiable.  Es en ese “objeto social”  donde su actividad encuentra sentido.  Fuera de dicho marco, el movimiento social sufre y debilita su credibilidad.

La situación política en Catalunya ha llevado a GED a impulsar, promover y participar en diversas movilizaciones. Siendo entendible la cercanía y solidaridad con lo que en Catalunya acontece, creo que ese nuevo activismo  desarrollado ha sido una equivocación.  Una posición errónea sí porque  al hacerlo, y tal vez sin pretenderlo,  Gure Esku Dago  ha entrado en un terreno de competencia con los partidos políticos y sindicatos.

La aspiración de  GED  de convertirse en un punto de confluencia  de todas las culturas democráticas se ha desvanecido al comportarse como “uno más” de los convocantes. Especialmente  grave fue el error de no advertir, en el caso de la última manifestación –la celebrada el pasado sábado en Bilbao-  los reproches cruzados  que las fuerzas convocantes  hacían a un ausente PNV.  Los nacionalistas no nos  habíamos sumado a la marcha, pese a compartir  lema y objetivo, porque  desde un principio, formaciones como EH Bildu y el sindicato ELA buscaron nuestra  exclusión.  El PNV había anunciado que en la reunión de su ejecutiva del pasado lunes, valoraría sumarse a la movilización. Pues bien, para cuando el EBB comenzó su reunión  Otegi, Muñoz y otros portavoces –también el de GED- ya habían  presentado a los medios de comunicación la convocatoria.  Pese al desaire, el PNV  no tomó aún una postura respecto a la cita. El encarcelamiento de los miembros del Govern mantuvo viva la posibilidad de que, finalmente los jeltzales compartiéramos pancarta y marcha con  las demás fuerzas  contrarias a la aplicación del 155 constitucional. Pero, cuando no se quiere que estés, es mejor no estar.

 La víspera  del acto reivindicativo, el carácter unitario de la cita  se quebró.  Hasta la rueda de prensa  anunciadora del evento se celebró en la sede de EH Bildu  con su imagen corporativa presidiendo el acto. Y lo que es más grave, desde las cocinas de la calle Barrainkua, donde el primer sindicato del país tiene su sede, se había elaborado ya  el texto  que el profesor Zallo leería  en el ayuntamiento acabada la marcha. En el mismo, se ponía en duda  la viabilidad de la ponencia parlamentaria de autogobierno y la búsqueda de un nuevo estatus, al tiempo  que se reclamaba  romper las relaciones institucionales  y los acuerdos políticos que  existieran en Euskadi tanto con el PP como con el Partido Socialista. Un mensaje diáfano con un único destinatario; el PNV.  El partido “traidor” y “español”  cuyos batzokis volvieron a verse atacados y pintados por los “defensores” de la libertad apenas veinticuatro horas después de la movilización bilbaína. .       

Gure Esku Dago se quedó entrampada por la estrategia conjunta de EH Bildu y ELA. Su “buenismo” y “voluntarismo”  fue utilizado – en el peor significado del término- por quienes tienen diseñada una línea de acción de enfrentamiento con el PNV. 

Reconocido  el fiasco, he podido apreciar autocrítica entre sus responsables. Y también cabreo por haberse sentido manipulados, aunque eso, al señor Muñoz le importe un bledo. Él va a lo suyo. Los demás, incluido GED, a lo de todos. Lección aprendida.

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