sábado, 4 de noviembre de 2017

DE MAZAS Y RUFIANES

Me había propuesto no escribir sobre Catalunya  y esta es ya la tercera entrega consecutiva que dedico a la materia. Lo hago con cierta dosis de abatimiento tras comprobar cómo el “procés” soberanista  sufre. Tal vez porque sus impulsores no habían medido bien la fortaleza del adversario  al que se enfrentaba o por la gestión –que no es mi intención calificar-  de una estrategia que parece haber resultado ineficaz.

Sea como fuere, todo mi respeto para quienes han sido y son protagonistas de la tentativa democrática y pacífica de emancipación nacional de Catalunya. Una historia inacabada  en la que el nacionalismo vasco siempre ha estado del lado del catalanismo y de las instituciones de aquel país.  E, igualmente,  su posición ha sido rotunda  en el rechazo a la política de excepción llevada por el Estado, su gobierno, la fiscalía o las formaciones unionistas que han negado, una y otra vez, el derecho de la ciudadanía catalana a decidir libre y democráticamente su futuro. Bien lo saben, y así lo han agradecido, los principales dirigentes catalanes. Aunque aquí, algunos pretendan obviarlo, porque lo que les interesa  no es la verdad sino el descrédito del PNV,

Solo así puede entenderse  la convocatoria  unilateral en Euskadi de una manifestación, contra la aplicación del artículo 155,  sin esperar que los jeltzales dieran una respuesta sobre su participación en la misma. Vamos, que alguien, y enseguida se ve quien,  decidió tirar  adelante  para poder decir que el PNV no estaba entre los convocantes de la marcha. Para dejar fuera, intencionadamente al principal partido de Euskadi. 

Lo mismo podría decirse de las iniciativas institucionales de todo tipo que  se han puesto en marcha para “reconocer” la república de Catalunya o para denunciar la prisión preventiva decretada contra  los consejeros de la Generalitat. Propuestas unilaterales a las que luego se reclama consenso a modo de adhesión ciega. Una deriva en la que EH Bildu se siente como pez en el agua ya que es siempre esta formación quien marca los tiempos y a los demás nos queda la sumisión o el descarte.  Y si este se produce, llega la acusación fácil del “PNV español” o la de “pactar con el PP”.

Es cierto que cada día que pasa nos sobresalta una novedad o una barbaridad. Pensábamos que lo habíamos visto todo y que las aguas volvían a remansarse con  el interés de unos y otros por ganar las próximas elecciones del 21-D. La decisión de Rajoy de disolver el Parlament y llamar a las urnas parecía haber dejado “grogui” al catalanismo soberanista que no había sabido reaccionar.

Pero, una de cal, una de arena.  La maza del Fiscal General hizo añicos la supuesta calma. Las querellas presentadas contra los miembros del Govern y de la Mesa del Parlament, acusándoles de presuntos delitos de rebelión, sedición y malversación de caudales públicos auguraban  -tras el encarcelamiento de los “jordis”-  el despliegue total del “frente judicial”.  Jose Manuel Maza,  el Fiscal general  reprobado por la mayoría del Congreso de los diputados,  deslizó  en un documento titulado “más dura será la caída”, toda la artillería procesal. La Audiencia Nacional por un lado y el Tribunal Supremo, por otro, (allí donde todavía existían aforados) admitieron  las denuncias. No sin matices entre ambas administraciones judiciales. En el fondo, y según todos los expertos, el delito de rebelión  solo podría aplicarse  en supuestos del ejercicio de violencia. Para entendernos, que sería aplicable para quienes sacaran los cañones a la calle o quienes acudieran a los cuarteles para que los militares los utilizaran.  Y en el supuesto de los consellers y parlamentarios,  su gestión fue totalmente pacífica. Pero eso no impidió que el ministerio público sacara su maza a pasear. 

Una juez controvertida,  que ya con anterioridad había enviado a la cárcel a varios jóvenes de Altsasu por considerar que la agresión a unos guardias civiles era  un delito de terrorismo, asumió el caso y en menos de veinticuatro horas dictó prisión preventiva para nueve consejeros de la Generalitat. A falta de  detener al president Puigdemont y a sus colaboradores  que le acompañan por tierras belgas, la historia se repetía 83 años después, ya que  en 1934, el president Companys y su gobierno, tras la declaración del Estat Catalá, fueron arrestados y recluidos en la cárcel barcelonesa de la Modelo. 

Afortunadamente, hoy no se ha bombardeado Barcelona como entonces, si bien las excepcionales medidas adoptadas y la barbaridad cometida de enviar a prisión a quienes  fueron libremente elegidos y centraron su actuación en la defensa de su programa electoral, me hacen pensar  que la situación todavía puede empeorar mucho.  Sobre todo si en el supuesto ejercicio de la ley,  hay personajes como el fiscal Maza, un pirómano a quien Mariano Rajoy debería cesar  si no quiere que se interprete que detrás de sus excesos se encuentra la mano de la Moncloa.

Todos hemos de aprender muchas cosas de lo acontecido durante este tiempo en Catalunya. Cosas buenas, como la conciencia nacional en crecimiento, la respuesta pacífica y democrática a la imposición, la firmeza  en las convicciones. Pero también  hemos de tomar nota de los elementos negativos observados en todo este proceso. Y entre ello, me gustaría mencionar la irresponsabilidad y el canibalismo político de personajes como el diputado Rufian. (Maza y Rufián, dos apellidos que definen impecablemente a sus portadores).

Fue cruel y destructivo. Un tuit fue suficiente para que el Molt Honorable President Puigdemont se sintiera agredido y abatido por el insulto directo de un socio de govern. Tras discutirlo con sus colaboradores, el jefe del ejecutivo catalán, en previsión de la inminente aplicación de la excepcionalidad constitucional, había decidido disolver el Parlament y convocar elecciones  constituyentes en Catalunya.  Su disposición  se sustentaba en un acto de patriotismo, de pretender defender a las instituciones de autogobierno de la intervención centralista. No era, ni lo pretendía ser, un paso atrás.  Todo lo contrario. Era un acto defensivo  que , con el respaldo cívico y democrático, consolidaría la vía soberanista.

Una decisión  llena de coraje y de compromiso. No una humillación ni un gesto de debilidad.

Las elecciones eran, además, el anhelo oculto de Junqueras y la ERC, que desde hacía tiempo sentía el sorpasso a la antigua Convergencia. 

Puigdemont lo sabía. La víspera, hasta altas horas de la madrugada compartió sus reflexiones con sus colaboradores íntimos. Sopesó alternativas y tomando aire, con la incomodidad lógica de las posiciones difíciles, optó por parar la ofensiva con las urnas. 

Entonces fue cuando llegó el rufián de Gabriel. El maestro de las ocurrencias  lanzó su mensaje como un ariete en la red  contra el honor y la entereza de Puigdemont; “155 monedas de plata”. Como el “judas” del procés, el “botifler” traidor que engañaría a la Patria. 

Rufián, ese menesteroso verso suelto, ingenioso en  el insulto, pagado con la vanidad reconocida de quien sabe escupir con puntería, acertó en su ataque. No diré yo que Puigdemont cayó abatido por su mordaz reproche. Pero el tuit de Rufián fue un factor de desestabilización que provocó el cambio de guion y, finalmente, la penosa deriva del procés. Puigdemont se allanó. Aplazó, suspendió y reformuló su comparecencia. “Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même”; «Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo». Y citó a los acontecimientos con el Parlament  donde los valientes que reclamaban  una proclamación de independencia pedían hacerlo por votación secreta. Y donde quienes veían comprometida con la justicia su  integridad ideológica pedían no votar.  

Puigdemont, herido como estaba, se ausentó del debate. Calló. Y dejó el paso libre a la confusión. Pero Rufián ni parpadeó. No modificó su mensaje. Ni se excusó ante el President. L´enfant terrible de la progresía casposa no sabe enmendarse. Ni reconocer errores propios. Lo suyo es sacudir para incrementar seguidores en las redes sociales. 

Probablemente, sin las monedas de plata de Rufián, hoy estaríamos en otro escenario. Sin tanto trauma ni angustia. Pero eso a los rufianes se las trae floja.

1 comentario:

  1. Decir de Rufián que es "ingenioso en el insulto" es tener el concepto de ingenio en un sitio que yo me se, si bien no digo que usted lo tenga; ya que probablemente el lapsus se deba a su benevolencia.
    Rufián, a quien despidieron del trabajo por absentismos, es bajo, ordinario y soez, profiriéndo insultos. Este señor, lo único que sabe hacer en el Congreso: es "el payaso" pero con minúsculas.

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