sábado, 16 de julio de 2016

EL HÁMSTER EN EL RODILLO

El hámster sigue dando vueltas en el balancín. Corre y corre como loco sin moverse un milímetro. Mientras se agota en un espectáculo tediosamente ridículo, a su alrededor siguen pasando cosas. Un lindo gatito observa impaciente a que el roedor desfallezca. Observa la jaula como quien se prepara para el almuerzo. Con la servilleta en el cuello. Presto para el banquete.

Europa aguarda para cobrar su deuda. Tras el Brexit, no tiene más alternativa  que hacer valer el orden y la disciplina interna. Ceder  ahora  ante quienes se han saltado todas las reglas animaría a otros a hacer trampas, y la inestable “unión” de hoy podría ser, mañana, una verbena  incontrolable. 

¿Cómo pedir rigor a Grecia si España  se salta las normas sin que ello tenga consecuencias?. De ahí que el proceso sancionador se haya abierto. 

Zapatero y Rajoy sellaron su compromiso con una reforma constitucional exprés. Había que sacralizar  la estabilidad presupuestaria y decir amén al control del déficit en una senda pactada  que condujera, en el 2019, al equilibrio presupuestario. Es decir, que el Estado no gastara, en dicha fecha, ni un céntimo más de los que ingresara.

Pero, ya se sabe, la picaresca, tan ibérica ella,  hizo que, con elecciones de por medio, el tranvía descarrilara a las primeras de cambio. ¿Cómo reclamar  rigor y ajustes cuando lo fácil era prometer  y gastar lo que no se tenía?. Pan y circo, mucho circo, para entretener al personal. Aunque la hipoteca  se disparara. Y la deuda  superara el PIB (toda la riqueza  generada en un año en el conjunto del país).  Para mitigar el agujero, echaron mano de la hucha de las pensiones. Una, y otra vez. Hasta esquilmar el fondo de reserva. Quita y no pon, se acaba el montón. 

Con el incumplimiento a la vista, Europa anunció medidas  de sanción. Prudentes los comisarios decidieron aplazar el correctivo hasta que se produjeran las elecciones  generales, y un nuevo gobierno, surgido de las urnas apechugara con el “marrón”.  Pero, ni marrón, ni gobierno. Ni responsabilidad, ni “mea culpa”.

El ECOFIN ultima el castigo. Europa no está para bromas. Después del “chiste” británico, nadie se ríe. Habrá sanción, aunque todavía se desconoce la cuantía. Multa y congelación de fondos estructurales.  Sí, esos “dineritos” que tan bien vienen al Estado  para apañar y cuadrar cuentas. Fondos de cohesión social, de desarrollo regional que estarán en el congelador  hasta que España retorne a la política económica comprometida.

Luis de Guindos, el ministro de mayor solvencia que hoy por hoy tiene Rajoy, ha acudido hasta Bruselas para templar gaitas. Y para presentar las garantías  que atemperen el sartenazo comunitario que está por llegar. Las medidas anunciadas, a modo de aval para reconducir el déficit, indican un incremento impositivo. Eso dicen los titulares periodísticos. Aunque, a simple vista, se antoje un trampantojo.  Sí, algo que parece ser lo que no es.

Los medios de comunicación apuntan a que el Gobierno español ha prometido a las autoridades comunitarias, subir la presión fiscal a las sociedades. Medidas que harán recaudar unos 6.000 millones de euros. Pero, si profundizamos en lo que se ha conocido,  lo que en verdad se ha puesto encima de la mesa es retomar una medida que ya existía y que en la cercanía electoral, por aquello de agradar al público, se eliminó. Se trata  de obligar a las sociedades a un adelanto de pago a cuenta. Una medida de simple tesorería que, en el mejor de los casos permitiría a la Hacienda tributaria recuperar anticipadamente una recaudación que, por normativa actual, debería devengarse más adelante. Es decir, efecto neutro. Se recauda lo mismo pero se anticipa el ingreso. Un efímero desahogo de las cuentas públicas.

Me temo que se trata de un  juego de trileros. Además, para hacer efectiva esta iniciativa se necesitaría modificar el impuesto de sociedades y, para poderlo hacer debería existir un gobierno en plenitud de gestión y no en funciones como ocurre desde diciembre pasado. 

No creo que Europa pase por ahí. Necesita garantía reales. Si las sanciones se aplican, si los fondos estructurales se congelan, los paganos seremos todos. Justos y pecadores. También Euskadi, comunidad que una vez más ha cumplido rigurosamente con la política económica establecida. Lo nuestro nos ha costado. Bien lo sabe Urkullu y los sofocos padecidos por su gobierno para, sin descuidar los servicios públicos, no incrementar ni una chiquita el déficit del conjunto del Estado. ¡Que contraste de modelos! ¡Qué diferencia de gestión!. Reconforta hacer las cosas bien pero, más allá de la complacencia, quizá de poco nos sirva gestionar adecuadamente si al final también pagamos los platos rotos.

Si el peso de la acción comunitaria recae en el Estado, sin hacer distingos entre comunidades,  nos volveremos a sentir injustamente penalizados por la irresponsable acción de otros, y en esa circunstancia  quizá debamos exigir la bilateralidad establecida en el Concierto a fin de que cada parte asuma su responsabilidad y el coste económico soportado por ella. Pero eso será otro cantar.  

Si a la crisis económica, aún no despejada, sumamos la incertidumbre del Brexit, las turbulencias  de la globalización, y la penalización comunitaria,  España puede caer una nueva fase depresiva de la que le resulte difícil de salir. Un nuevo ciclo de tormenta en el que las pensiones peligran, en la que el crecimiento se atasca y en el que la recesión vuelva a cobrar terreno. Y no lo olvidemos, querámoslo o no,  un tercio de lo que los vascos producimos  tiene como destino ese mercado.

Frente a la parálisis del Estado y la ausencia de respuesta institucional, en Euskadi las cosas marchan. En el cumplimiento de los mil días de su programa de gobierno, el lehendakari avanzó que entre sus retos inmediatos estaba bajar la tasa de paro del 10% en el horizonte del año 2020.  Pues bien, el grupo de estudios del BBVA, uno de los más prestigiosos y atinados de nuestro alrededor acaba de presentar las conclusiones de su estudio económico y entre  las  previsiones más destacadas señala que la economía vasca crecerá un 2,4% en 2016 y un 2,5% en 2017, pudiéndose crear en este bienio 37.000 nuevos puestos de trabajo lo que llevaría la tasa de paro –según el INE- hasta el 9,6%. Tal índice está, todavía, muy alejado (en torno a los 4 puntos) al paro registrado en el primer trimestre de 2008 –fecha en la que la crisis comenzó a agudizarse-, pero la recuperación comienza a ser en Euskadi un hecho constatable.

Bien es cierto que las previsiones son simplemente eso, estimaciones, y que la realidad  impone luego su inexorable reflejo. Sobre todo cuando sobre nuestras cabezas se ciernen amenazas difícilmente  evaluables. Entre ellas, además de las ya mencionadas, se encuentra la globalización empresarial, que despoja del efecto arraigo a los centros de decisión de las grandes industrias vascas, con el riesgo siempre latente de las deslocalizaciones. El ejemplo de ARCELOR-Mittal es todo un indicio preocupante. La firma del magnate indio está jugando con fuego en Zumarraga y en la planta de Sestao.  Tras el acuerdo con los trabajadores ha condicionado su futuro a la obtención de ayudas públicas poniendo al Gobierno vasco en el ojo del huracán. ¿Ayudas públicas a cambio de qué?. ¿Habrá plan industrial, inversiones en I+D+i?. ¿Habrá voluntad real de mantener la actividad o se utilizará a la administración como chivo expiatorio de un cierre calculado y voluntario?.

Son las bazas con las que juega el nuevo capitalismo en el mercado globalizado, un desafío contra el que gobiernos como el nuestro poco pueden hacer. Pero el ejecutivo vasco no se va a quedar cruzado de brazos. Aunque su mandato haya finalizado prácticamente. Urkullu ultima su programa de acción de gobierno para la nueva legislatura. No quiere ni puede perder tiempo. Esa es, hoy por hoy, la gran diferencia que existe entre Euskadi y España. El ejercicio de la responsabilidad en defensa del bien común y la miseria de la inacción por el egoísmo partidista.   

El hámster sigue dando vueltas al rodillo. Sin solución de continuidad. Ensimismado en su inútil bucle. La cordura no termina de llegar a la política española y su inestabilidad no puede ni debe contagiarnos  en Euskadi. Habrá que activar, cuanto antes, un cordón de seguridad. Volver a marcar la diferencia. Y seguir adelante. 

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