lunes, 27 de junio de 2016

PRUEBA “SUFRIDAMENTE” SUPERADA

Las conclusiones que unos resultados electorales aportan deben ser contempladas  con un mínimo de rigor. La autocomplacencia nunca es buena pues enmascarar la realidad solo conduce al engaño. Un buen diagnóstico debe ser el punto de partida para poder afrontar los problemas. Engañarse puede resultar balsámico pero profundizará en los errores cometidos.

Bajo esta premisa, es necesario afirmar que las elecciones celebradas el pasado 26 de junio fueron ganadas con solvencia en Euskadi por la coalición Unidos-Podemos. Ganó en votos y en escaños, algo que no ocurrió en la cita original del 20-D. El éxito electoral  en Euskadi tuvo dos ámbitos claros de fortaleza: el primero de ellos que la coalición formalizada entre Podemos e Izquierda Unida funcionó como elemento sumatorio. Ambas formaciones fueron capaces de arrastrar a sus respectivos electorados a una oferta común.
En segundo lugar, y esta es una cuestión menos objetiva, que la alternativa liderada por Unidos Podemos supo concitar la confianza de una buena parte de la sociedad vasca hastiada por la política representada por el Gobierno del Partido Popular. Existía en buena parte del imaginario colectivo vasco un anhelo; acabar con quienes habían sido responsables de una acción política  censurable.  La identificación de esa responsabilidad era Rajoy y el PP.  El electorado vasco, mayoritariamente,  exigía que  se acabara con esa política. Y  asumió que la manera más directa y efectiva de articular un cambio lo representaba la opción  que con mayor nitidez lo venía reivindicando; el partido de Iglesias, Errejón y compañía.

Era una respuesta vasca en clave de política española. Una reacción directa. Causa-efecto. Un paradigma distinto a la clave “nacional” o identitaria que se puede dar en otro tipo de comicios o elecciones. Electores de sentimiento abertzale también lo habían asumido así y su decisión respecto al voto fue firme. Aunque de manera contradictoria con su propia definición de votante “vasco”, muchos electores hicieron abstracción de su propia condición para expresar de forma genuina e inequívoca su voluntad de “cambio” en el Estado.  Y es que la “identidad” comienza a ser permeable y casi ningún elector  es ya una isla en sí mismo. El voto en Euskadi también se ha “globalizado”.  Quien rechace esta cuestión y no lo asuma, pagará las consecuencias.
La evidencia más constatable de esto último se puede ver en la doble factura  que ha tenido que pagar la Izquierda Abertzale. Pagó en diciembre y ahora, tras intentar aproximarse a las formas y al contenido de Unidos-Podemos, ha vuelto a pagar. El electorado vasco ha preferido la opción  genuina a la copia.

La decisión mayoritaria del electorado vasco ha sido pasional. Pero eso no significa que no haya sido reflexiva. Decir lo contrario  nos llevaría a despreciar  al electorado que  haga y se exprese como sea, siempre tiene razón.
Las formaciones políticas tienen que saber detectar en cada momento qué está en juego. Sobre qué  y cómo  desea la gente expresarse. Tanto EH Bildu como el PNV sabían cual era el ámbito intangible sobre el cual  la ciudadanía quería expresar su opinión. EH Bildu creyó que podía  incorporarse a la ola desdibujando su perfil. Y perdió.

El PNV intuyó que era un movimiento imparable y agudizó su perfil tradicional. Su intención era mantener  activo y motivado a su entorno electoral habitual. Sin vaivenes ni movimientos arriesgados que desvirtuaran su imagen. Fue una opción  electoral de autoprotección y , en cierta medida, acertó. Salvó los muebles. Pese a ser superado por Unidos Podemos,  consiguió su objetivo básico, mantener cinco parlamentarios, el número mínimo para consolidar un grupo en el Congreso que le permitirá  tener capacidad de maniobra y efectividad a la hora de llevar a cabo su acción política. Además, esa representación de cinco diputados, le vuelve a poner en valor, de cara a la estabilidad y al equilibrio político de cambio en el Estado.

El PNV consiguió superar la prueba de unas elecciones para él difíciles y en las que los cuatro grandes partidos le obviaron. Ahora, todos ponen la vista sobre esos cinco diputados  y el PNV vuelve a cobrar presencia en la primera fila de la política del Estado.

La segunda victoria consecutiva de Podemos en Euskadi ha sido señalada por distintos analistas como el fin de la hegemonía del PNV, advirtiéndose que  el “sorpasso” tendrá sus consecuencias en las elecciones autonómicas del próximo otoño. Tal afirmación resulta pretenciosa. Otros ya ganaron antes y ahora son pasado.  Recordemos a Zapatero.
Ahora bien, el PNV hará bien en no minusvalorar la fuerza  demostrada por Podemos y estos últimos también atinarán si no caen en la arrogancia de dar por hecho lo que ni ha ocurrido ni, previsiblemente acontecerá.

En otoño, como ahora, el electorado vasco se comportará de manera inteligente. Valorará  qué se juega y qué le conviene. Seguirá siendo mayor de edad a la hora de expresar su voluntad y, finalmente acertará con su voto. Las autonómicas serán otras elecciones. Diferentes. Lo ahora acontecido, probablemente, nada tendrá que ver,  ni con el comportamiento de unos y  otros, ni con la respuesta social.  No se hablará del caos de Madrid, o de la política  de enfrentamiento y recortes. Será otra cosa. Y tampoco estará en el imaginario la alternativa identificada por Pablo Iglesias y compañía. Serán sus acólitos propios los que tengan que dar la cara en Euskadi. Y , previsiblemente, eso será harina de otro costal.
El PNV está tranquilo

Las elecciones en el Estado han dejado un dibujo similar al que existía. Las diferencias estriban en el incremento del poder de Rajoy y el PP (14 escaños más que en diciembre) y en el fracaso de Podemos por liderar la izquierda española, no sobrepasando al PSOE ni en votos ni en escaños. Resulta paradójico que Euskadi sea más hoolligan de la escuadra morada que la España para la que nacieron. La terca aritmética vuelve a demostrar que quien quiera gobernar deberá dialogar y pactar. Sin embargo las constantes “líneas rojas” exhibidas por unos y otros en campaña  no invitan al optimismo. Al contrario. La sombra de un nuevo bloqueo planea de nuevo en la política española. Rajoy, tras el 26-J lo tiene más fácil. Sánchez, imposible y Pablo Iglesias pasará a la historia como el “malo” que impidió un acuerdo.

Rajoy le ha comido terreno a Rivera.  Pero este se empecina en declarar que no apoyará al partido de Génova.  Sánchez ha vuelto a llevar a su partido-PSOE- al peor resultado de la democracia española. Pero ha vuelto a salvar la cabeza. Ha vencido al “Sorpasso” y Susana Díaz ha perdido en Andalucía.  Y los podemitas se han quedado sin conquistar el cielo. Ni han sumado con Garzón  ni han provocado la movilización de la izquierda.

Rajoy puede fumarse otro puro y esperar a que la fruta esté madura.  Todos calculan con los votos del PNV pero sin que el PNV diga nada –y no lo va a hacer hasta que alguien se mueva-. Tiempo de espera. Confiemos que no sea más tiempo perdido.

El PNV, sufridamente, ha superado esta prueba. Mal partido, buen resultado.  Le queda no dormirse y aprender de la nueva sociología política instalada en el país. Con humildad e inteligencia, seguro que vuelve a ganar. Y con diferencia.

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