sábado, 30 de abril de 2016

HIGIENE FÍSICA Y DEMOCRÁTICA

No son pocos los científicos, y especialmente los inmunólogos, los que afirman que el exceso de higiene no es bueno para la salud. Quienes defienden esa teoría justifican el hecho de que el incremento de los casos de alergia y de hipersensibilidad en los países desarrollados esconde el fruto de un sistema inmune un tanto “aburrido”, con poco que hacer en una sociedad cada vez más “aséptica”.

Demasiada “limpieza”, “esterilización excesiva” o incremento de tratamientos preventivos que minora la presencia de “patógenos potenciales” favorecería, según  dicha teoría, la modulación del sistema inmune hacia, entre otras cosas, una producción mayor de un anticuerpo (la “inmonuglobulina E”) que provoca una exagerada respuesta frente a antígenos normalmente inocuos. Es decir, que favorece la hipersensibilidad o la alergia.

No, no soy docto en la materia. La curiosidad y la experiencia vital me han llevado a bucear en internet  para intentar  aproximarme  a las razones que pudieran explicar el por qué de algunas cosas. Como por ejemplo, que en lo que va de semana me haya topado con dos individuos diferentes. cuyo desaliño ha estado a punto de causarme un desfallecimiento. Con el primero me encontré en la barra de un bar.  Su presencia me la detectaron los pinchos del expositor que en un contagio repentino e inmediato  enfermaron de salmonelosis.

A primera vista su porte no era especialmente desarrapado. Hasta una corbata anudaba su garganta. Pero no eran los ojos los que le delataban. Era otro sentido el que le hacía protagonista. El olfato. No era una fragancia reconocible. Ni sudor, ni halitosis. Era un compendio multiaromático.  Una mezcla de efluvios almizcleros que mareaban. Como si sus “partes sensibles”, de no contactar jamás con el jabón, hubieran fermentado provocando una reacción química emanatoria de vapores sulfúricos. Azufre puro que pretendía enmascarar con una abundante dosis de “varón dandy”.

Aquel espécimen con olor a choto me quitó de la bebida. Al menos de la  cerveza que hasta entonces trasegaba. Mejor dicho, me hizo huir del bar. Pensé en los anarquistas y me fui. “Salud y libertad”.
Dos días más tarde, -anteayer-  un amigo de la juventud me presentó a un colega. Un tío “guay”. Un individuo de la farándula y las artes escénicas. Muy progre. Enrollado. De los que dan lecciones gratis. Ambos venían del rodaje de una peli en la que participaban de “extras”. El “figura” no venía maquillado. Ni peinado.  Estoy convencido que en su cuarto de baño tiene todavía el bote de champú que le compró su madre cuando hizo la primera comunión.  No me quedé con su nombre. Sí con el apelativo al que le asocié mentalmente; “Ugerdo”.

Gente reñida con la limpieza ha existido siempre. Diógenes, el cínico helénico  que como un perro habitaba en un tonel y que creó escuela filosófica con su estilo de vida. Otro ejemplo es Isabel de Castilla, de quien cuenta la historia o la leyenda que en 1491 prometió y cumplió no cambiarse de camisa hasta la conquista de Granada (un año más tarde).  También se encuentra en la abundante hemeroteca existente en relación  a la enemistad  de los humanos con el agua y la limpieza que hubo un embajador turco que cuando fue a presentar sus credenciales ante el trono de Luis XIV en Versalles cayó desmayado por el hedor de los cortesanos allí presentes

He conocido ejemplos de una cosa y de la otra. Miguel era pastor. Hijo de Anastasio, el  “rojo”. Le recuerdo siempre embutido en un mono azul. Un buzo de cuerpo entero que complementaba con una boina. En el monte, con las ovejas, en su casa, en todas partes, durante años Miguel resistió con aquel uniforme. Hasta que solo en la vida, enfermó y tuvo que ser ingresado en una residencia. Creo que le quitaron el buzo  con KH-7 y una espátula. Y debajo de su boina encontraron que su piel no era oscura sino blanca. La última vez que le vi, sentado a la puerta del centro asistencial, no le reconocí y sólo el timbre de su voz y sus  ingeniosos comentarios me hicieron identificarlo.

En sentido contrario estaba  el hermano mayor de mi padre; José. Era fraile. Marista. Durante años estuvo destinado en el antiguo Camerún francés. Allí vivió sin que le conociéramos físicamente. Hasta que un verano regresó de visita. Cuando apareció, con una reluciente sotana blanca y un enorme crucifijo en el pecho pensé que era el Papa. Su obsesión por la limpieza resultaba enfermiza. Era intocable. Había que preservar el blanco nuclear de la túnica por encima de todo. Y nuestras manos traviesas siempre estaban sucias. Le terminamos llamando “Pepe el pulcro”.  Volvió a las “misiones”. Y murió de viejo. Impoluto.

La higiene, o la imagen exterior de las personas no es un tema que me preocupe especialmente. Tampoco  me considero un “carca” o un clasista en tal sentido. Pero, me llama poderosamente la atención, de un tiempo a esta parte, la cantidad de cochinos que me encuentro por la calle. Y no me refiero a quienes, golpeados por la vida, se encuentran en riesgo de exclusión. Esos bien desean un baño caliente y ropa limpia. Mi  mención se ciñe a los guarros con pedigrí. A esos que portan su mugre cuan fenómeno social de desarraigo al sistema.  Desinhibidos que me hacen sentir como el embajador otomano en la corte versallesca. ¿Será una moda? ¿Una corriente alentada por quienes teorizan  sobre el origen de las nuevas alergias?. Me temo que no es eso tampoco.
En ocasiones tengo la sensación de que en este primer mundo la pérdida de valores nos está trastornando.  Es la rebeldía de quien puede permitírsela.

El problema se acentúa cuando el abandono de prácticas higiénicas pasa de lo físico, de lo escatológico, al campo del comportamiento. Lo inevitable en la política española ha dado paso a un nuevo estadio, la cofradía del santo reproche que diría Sabina.

La repetición de las elecciones generales por la incapacidad manifiesta de alcanzar acuerdo alguno que posibilitara no un gobierno sino una simple investidura, es, evidentemente un fracaso. Pero, como bien ha dicho Urkullu,  el fracaso no es imputable a la política sino a los políticos. A esas cuatro grandes formaciones  que disponiendo de los votos necesarios  han hecho imposible ningún arreglo. “Compromis” lo intentó en el último minuto y puso el balón en el punto de penalty. Había que abordar la investidura no la composición de un gabinete gubernamental. Eso se podría hacer más adelante. La tentativa no tuvo futuro.  Los cuatro partidos políticos preferían mirarse el ombligo antes que atender los intereses de Estado.

El más directamente  interpelado, el PSOE, pese a una tímida respuesta inicial, volvió a  condicionar cualquier acuerdo a su pacto con Ciudadanos. Las bridas que sujetaban las manos de Sánchez seguían firmes y le impedían el margen.  El PP seguía cómodamente esperando. Y mientras Rajoy se fumaba otro puro, sus primos de Rivera, amenazada su condición de bloqueo, desacreditaban  de un plumazo la alternativa del descuento.

Iglesias y Podemos, a lo suyo. Su opción era un gobierno “a la valenciana”, ocultando que en Valencia el partido de los círculos no gobierna sino que presta apoyo desde fuera, condicionando toda opción a su entrada en el gabinete español.

¿A nadie se le ocurrió la idea de un pacto “a la navarra”? ¿Una investidura vinculada a un gobierno de ministros no adscritos  pero de vinculación ideológica  de proximidad?. No, porque el interés particular estaba por encima del bien global.
Ahora ya no hay vuelta atrás. Todos a las urnas el 26 de junio. La estrategia de los partidos ha vencido y sufriremos, de aquí en adelante,  una tormentosa campaña  de acusaciones y censuras cruzadas que buscarán cómo penalizar al rival por su posición en el despropósito pasado. Inmundicias  donde la higiene democrática será la perdedora.

Sabedores de su descrédito, los cuatro grandes partidos españoles  piden ahora un acuerdo para reducir los gastos de la campaña. Podrían haberse evitado el dispendio que para el Estado supondrán las papeletas, las urnas, la ocupación  de recursos humanos y materiales que unas nuevas elecciones conlleva. Más de 132 millones de euros para acrecentar un déficit que luego pagaremos a escote.


Los políticos españoles están faltos de aseo. Necesitan bañarse en la realidad. Jabonarse bien antes de hablar de un “nuevo tiempo”, porque  tanto los viejos, como los nuevos, han dejado en evidencia su falta de higiene democrática. Espero y deseo que el electorado les pase factura a todos ellos. Y que aquí, en Euskadi, los vascos les demos una ducha fría que no olviden fácilmente.   

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