viernes, 19 de febrero de 2016

LO NUEVO Y LO VIEJO

Cuando era un chaval veía las cosas con ojos de joven. Creía que el universo era distinto. Y no, lo que era diferente era mi percepción.
Cuando era adolescente me preguntaba cómo sería cuando llegara el año 2000. Aquel guarismo resultaba una frontera mítica. Me cuestionaba si  llegaría al cambio de milenio. Si un cataclismo destruiría el planeta o los extraterrestres  nos colonizarían como subespecie a modo de reserva alimenticia.

Mis preocupaciones eran otras. Quien llevaría el balón para jugar en la carretera. Si estaríamos suficientes para echar un partidito a 20 goles o si, por el contrario  tendríamos que jugar a “gol portero”. Eran temas trascendentes. Vitales.  No como ahora que nos distrae la gobernabilidad del país u otras zarandajas similares.

Las personas adultas me parecían viejos y viejas. Aunque mi madre dijera que “viejos son los trapos”, no la gente. Viejos, sí, porque su vida me parecía aburrida, llena de tópicos y de labores  poco divertidas. Como el ir a trabajar,  lavar la ropa, planchar o hacer la comida. Estudiar también era un rollo que no servía para nada. Bueno, para que me castigaran  si las notas no eran buenas.  Por eso me bastaba con superar el trámite y evitar la bronca de rigor. Pensaba que el estado natural de la humanidad era la vagancia. Y las inquietudes que me  sacaban de ella eran los amigos, el juego, la calle, la despreocupación.

Pasada la niñez, el contraste con el mundo de “los viejos” devino en rebeldía. En el cuestionamiento de todo y de todos. Había que diferenciarse como fuera. “Progres” frente a “carcas”. Contestatarios contra sumisos. Melenudos, barbudos, despendolados, sátiros e irreverentes como alternativa de una generación tenida por rutinaria y viejuna.
Había que vivir. De día, y también de noche. No fuera a ser que el milenio nos atrapara dormidos  o que un ovni  nos abdujera en un descuido.

La diferencia generacional nos seguía pareciendo abismal. En mi subconsciente de hoy recuerdo que veía a los dirigentes de mi partido como venerables viejecitos. Algunos lo eran. Más por el maltrato físico que soportaron en vida que por pura edad biológica.  Habían estado curtidos por un calendario extremo y su aspecto era el reflejo de la crudeza del invierno padecido por el franquismo.  Era como si la dictadura les hubiera consumido días y años enteros.

Visionando en jornadas pasadas las fotos de la asamblea de Iruña que el PNV celebró el año 77 recobré esa sensación. Las instantáneas eran en blanco y negro. Y hasta la indumentaria de aquel tiempo acompañaba la percepción de que aquella era una generación anciana.  Qué equivocado estaba.

.- ¿Sabes que edad tenía Luis Mari Retolaza  en esa foto? –me  preguntó un compañero de fatigas- .
Quizá por el respeto que su imagen desprendía, siempre me pareció que Retolaza era una persona mayor.
¿Cuantos años tenía entonces?.
.- Cincuenta y tres.
Me quedé petrificado.  Luis Mari Retolaza estuvo en Iruña –año 77- siendo casi dos años más joven que yo mismo  al día de hoy.
Revisé una vez más el álbum conmemorativo y fui poniendo fechas a quienes allí aparecían. . Mi edad actual superaba a muchos de quienes identifiqué en su día como “viejos”. Hasta el ex secretario de “Podemos Euskadi”, Roberto Uriarte, aparecía  hecho un imberbe, en un encuadre de militantes jeltzales bermeanos soportando una ikurriña. ¡Ay las hemerotecas!, ¡cuan puñeteras resultan en ocasiones!.

Los jóvenes de ayer éramos  viejos hoy casi sin quererlo, sin percibirlo, porque en lo más íntimo de cada cual, todos nos creemos, al menos en mi caso, que seguimos siendo los mismos que hace un tiempo llevábamos pantalones cortos. Melancolía de uno mismo.

Descubrir esto, que quienes estuvimos el pasado fin de semana en Iruña tenemos más edad que quienes lo hicieron hace 40 años, me produjo una cierta desazón. “Tempus fugit”, y a qué velocidad.

Lo “antiguo” y lo “moderno” chocan siempre con la realidad. También para quienes se identifican  con una forma renovada de hacer política frente a la despreciada “casta”  de la “vieja” cosa pública.

Nadie niega que en la acción política, como en cualquier otra actividad humana, haya habido comportamientos poco edificantes o que en la disputa ideológica y partidaria  se  produzcan artificios para nada  estimulantes. Pero cuando  a algunos se les llena la boca de términos como “transparencia” o  “participación”, cuando se advierte de que hay que acabar cono las “puertas giratorias” y otras soflamas similares habrá que fijarse, más que en el léxico empleado, en los comportamientos de quienes los pronuncian.

Porque una cosa sigue siendo predicar y otra, muy distinta, dar trigo. Cuando se invoca a la defensa del bien común  y se ponen de por medio sillones ministrables, cuando se habla de diálogo y lo que se hace es exigir ámbitos de poder material,  cuando se reclama humildad desde  una actitud de soberbia la política que se exhibe no es nueva sino vieja-viejuna.

Cuando se presume de pureza democrática y las decisiones se toman  desde la centralidad en una conjugación permanente del “yo-mi-me-conmigo”, se hace un ejercicio rancio y trasnochado de lo que debe ser la pluralidad participativa.
Cuando se pretende que los representantes públicos deban alejarse de su actividad profesional una vez finalizada su etapa representativa  y se contempla  la excepción  de esta norma para los docentes (es decir para uno mismo), lo que se pretende no es una regeneración de la política sino una profesionalización de la misma ya que sólo quienes tengan patrimonio suficiente o quieran convertir su acción en actividad laboral podrán dedicarse a estos menesteres.

¿Cómo entender  la exigencia de transparencia para los demás cuando un candidato propio –con notable patrimonio según su propia declaración- omite de su biografía haber sido dirigente de una organización falangista –la OJE- en los últimos años del franquismo?.

¿Cómo se compadece presentarse ante el escaparate público como modelo  de renovación, y a las primeras de cambio verse envueltos en pugnas judiciales  por espionaje interno o por discriminación y coacciones a una candidata por parte de la dirección del partido?.

Los partidos “emergentes” han aprovechado la indignación de una parte de la ciudadanía para presentarse ante la sociedad  como alternativas virginales de un adanismo político que, en cierta medida, les ha recompensado con un notable éxito electoral. Presumían de ser “nuevos” en esto de la cosa pública, pero cada día que pasa  sus comportamientos nos demuestras que, como los demás,  están hechos de carne y hueso. Que lo nuevo no es tan reciente y que quizá lo antiguo no fue tan desacertado  como públicamente algunos denuncian.

Las encuestas publicadas recientemente presentan una foto fija en la que “Podemos” mantiene buena parte del apoyo  cosechado en las pasadas elecciones generales en Euskadi. Su pasado éxito pudo sorprender a propios y extraños pero reflejó la simpatía  de una importante porción del electorado vasco que ansiaba la posibilidad de un cambio político en el Estado.  Fue un voto reactivo y emocional.  Una simpatía que todavía, a tenor del estudio sociológico presentado, mantiene viveza  y respaldo en el conjunto de la Comunidad Autónoma Vasca.  Pero quien crea que la voluntad de la ciudadanía se mantiene inmutable se volverá a equivocar. En la medida que el electorado vasco conozca a la representación de los “círculos”, que contraste  sus planteamientos de proximidad  y les someta a un examen  de coherencia  y responsabilidad, estará en condiciones de evaluarles en una nueva elección  directa de ámbito territorial propio.

Eso no significa que crea que vayan a ganar o perder espacio. Simplemente que el contexto variará y que las condiciones para determinar si la gente  les brinda su confianza o no  –como a todos los demás- será diferente.  Veremos entonces si los nuevos-viejos soportan la prueba del algodón.

Hoy por hoy no me atrevo a hacer un vaticinio al respecto. Pero estoy seguro que nada será igual a lo conocido hace unos meses. Los “emergentes” vascos parten con un crédito relevante. Su anonimato en Euskadi les ha permitido hasta ahora vivir de la popularidad de su clase dirigente madrileña. Su éxito comunicativo y mediático dirigente  ha eclipsado las fortalezas y debilidades de una organización que en este país resulta ignota. Hasta el punto de ocultar que en su seno había “flechas y pelayos” enmascarados que han terminado como electos. Pero el tiempo del velo  se acabó. Les toca emerger aquí. Y dar la cara. Solo así sabremos si su novedad es fresca o enlatada. Y si tiene fecha de caducidad.
Por sus hechos les conoceréis que decían las escrituras.  


1 comentario:

  1. Muy bueno Koldo. Me siento un viejo de 50,en lo que a política se refiere, pero tengo claro que no hemos estado mas cerca de los vaticinios que nunca. Siempre pensamos, yo y algunos alderdikides de mi generación, que la izquierda abertzale era caldo de cultivo de movimientos alternativos. Esta el joven y no tan joven vasco preparado para votar a otra fuerza estatal?.
    Tengo mis dudas. Creo que el voto emitido en las generales no a satisfecho la necesidad de cambio. Por ello creo que la oveja volverá al redil. Nunca una fuerza estatal en el total del ardor patrio, defenderá los derechos propios como alguien de aquí. Srs. el tema no es distinto al GORA EUSKADI ASKATUTA de Guerra o Felipe. A otro perro con ese Hueso.

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