Ayer amanecí extraño. Llevaba días en esa condición pero no
me dí cuenta hasta ese momento. Tuve una sensación rara. No cabía desperezarme.
La vista se me nublaba y lejos de centrarme actuaba como un autómata. El agua
de la ducha no conseguía espabilarme. Al contrario. Acentuaba la sensación inexplicable y el
desenfoque de lo que me rodeaba crecía a
medida que el chorro de líquido elemento
se intensificaba. Todo lo veía
distorsionado, sin un punto de claridad. Y me asusté. ¿Qué me ocurría?.
¿tendría algún problema físico no detectable hasta ahora?. Conseguí enjuagar el
champú y en ese gesto de masajear la cabeza encontré una de las causas de mi
inquietud. Me estaba duchando con las gafas puestas. Suspiré. Me quité las
lentes. E inicié esa liturgia habitual matutina que antecede a la jornada
laboral. Acicalado, afeitado, el café, el coche...
La rutina no había hecho sino incidir en el atolondramiento.
Con la tercera infusión de cafeína pude practicar un corto examen de
conciencia. Durante tres noches consecutivas me había desvelado. Un mismo sueño
me perseguía. No era una fabulación extraordinaria. Ni una ensoñación épica.
Eran enmiendas. Sí. Textos a reconsiderar, a transaccionar. Un trámite tedioso
que se repetía una y otra vez. Aunque me despertase, recuperado el espacio
inconsciente volvía al expediente. Tres noches, tres con la misma matraca.
Luego me dí cuenta de
que mi comportamiento de las últimas horas resultaba insólito. No por lo de las
gafas en la ducha. El
miércoles, por ejemplo, percibí que
cuando anudaba la corbata –el único día que la llevé puesta- esta no casaba en
mi cuello. La razón es que ya tenía otra perfectamente situada en la camisa. Tampoco
había caído en la cuenta de que en las dos últimas jornadas estuve tan
ensimismado que se me había olvidado almorzar (tampoco sentí necesidad, ni se
me nota la vigilia), y, en la noche, en los preparativos de la cena saqué a la
mesa dos veces el juego de platos y vasos. La conclusión fue obvia. Estaba al borde
de la saturación. En
mi cabeza no cabía más. Tenía tantas cosas acumuladas, que en mis estanterías
del cerebro comenzaban a desbordarse carpetas.
Mucha materia en la agenda concentrada en poco tiempo que
han puesto a prueba mis capacidades. Y me han dicho que necesito un respiro. No pretendo dar
pena, ni compasión.
“¿Agobiado?.- me preguntó un compañero mientras me dejaba un
periódico encima de la mesa.
.- Un poco –respondí-, pero peor están otros.
.- Ya, ¿has visto el titular de la portada?.
.- Sí. Jodé, por fin una buena noticia.
.- ¿Una buena noticia?
.- Sí. ¿No has leído?. En la escuela de hostelería están haciendo “gominolas de txakoli”.
.- Eso es hacer lectura selectiva. ¿y el titular gordo?.¿Qué
me dices?.
Volví los ojos a la portada y entonces
adiviné lo que me decía. “Cuarenta exministros socialistas aprietan a
Sánchez para que no pacte con Podemos”.
Pobre Sánchez. Ese sí que debe estar agobiado de verdad.
Empujado por Iglesias hacia la pared, el dirigente socialista se enfrenta a un
Comité Federal en el que su voluntad de liderar un “gobierno” del cambio puede
desvanecerse. Primero fueron las baronías, más tarde la presión mediática del
grupo PRISA. Faltaba Felipe González y
su “laissez faire, laissez passer” .Y, en último extremo, la “vieja guardia”.
Leguina, Solchaga, Eguiagaray y Marugan, entre otros, entraban en el debate
interno capitaneados por Corcuera que
abrió la puerta de la discusión con una
patada. Con su mejor estilo.
La configuración del nuevo gobierno español está dejando situaciones insospechadas. La
primera de ellas, la falta de iniciativas a encarar alternativas reales para
constituir un ejecutivo. Se habla a través de los medios de comunicación. Como
si todo dependiera del último titular publicado o emitido. En segundo término,
las pocas iniciativas visibles pretenden neutralizar al adversario. No son
acciones propositivas. Lo que se pretende es que el rival no gobierne. Se habla de vetos,
de líneas rojas, de descartes. Ni de programas o reformas.
Rajoy llama a la responsabilidad. Pero
no la asume ante los nuevos casos de corrupción que le afectan directamente como
presidente de un partido infectado. Los suyos cierran filas ante él y eso
indica que no temen a un eventual fracaso de investidura y a la repetición de
elecciones. Cosa distinta sería que, acontecida esta hipótesis volvieran a encontrarse en minoría. Eso sería harina de
otro costal.
El reencuentro con las urnas es un cálculo que “Podemos”
también vería con buenos ojos. O al menos Pablo Iglesias. Sus diferencias con
algunas de las formaciones con las que han compartido candidatura comienzan a
verse. E incluso hay quien afirma que la sintonía con Errejón no es ya la que
era. Que este último apuesta “de verdad”
por un acuerdo programático con Sánchez.
Pero la alternativa “leninista 3.0” , como la bautizara Felipe
González tiene en el dirigente de la coleta a su principal
valor y estratega. Yo no descartaría nuevos movimientos tácticos en breve plazo
tendentes a ahogar a Pedro Sánchez. Y, con ello, presentarse nuevamente ante el electorado con
la vitola de ser el único cambio progresista posible.
Lo del Partido Socialista es todo un misterio. Bueno,
veremos que ocurre en ese esperado
Comité Federal que hoy tiene cita para
saber si el “pobre Pedro” tiene opciones de algo más que ahogarse en la orilla
de la playa. Corcuera ,
que sufre del corazón, dice padecer arritmias
cuando escucha hablar a alguno de los suyos. Al marcapasos de
Sánchez se le pueden agotar pronto las pilas. Veremos.
Eso es lo que hacemos. Contemplar desde el tendido. Con un
paso de distancia para no perder detalle del espectáculo. Es mejor así.
Bastantes problemas propios tenemos como para meterse en casa ajena. Cuando
llamen, si es que llaman, opinaremos. Y actuaremos si es preciso.
Mientras tanto, lo nuestro pasa por la crisis del acero que
nos amenaza con destruir actividad económica y empleo. Por culpa de una factura
eléctrica desorbitada que impide a
nuestras empresas competir con el mercado asiático.
Nos preocupa, y de que modo,
la caída brutal de la recaudación en el final del pasado año. Un parón
similar al que se produjo cuando la crisis entró de sopetón a finales de
2008. Dicen que la falta de ingresos
públicos obedece a la caída del precio del petróleo y, por consiguiente a la de
sus productos refinados. El palo ha sido fuerte y habrá que cerciorarse de
si el efecto ha sido coyuntural y ha afectado al cierre de 2015, o si se
prolonga en el año en curso. De ser así, el cinturón de las administraciones
públicas no podrá soportar un agujero
más de ajuste. Y, se quiera o no, habrá que tomar medidas excepcionales que nos
permitan sostener el difícil equilibrio
de mantener los servicios públicos. Aunque todavía escuchemos voces de quienes
siguen clamando por una sociedad del “gratis total”, de más gasto público, de
levantar las barreras en las autopistas.
Voces que claman por la bajada de impuestos o por incrementar sin límites las
prestaciones sociales –el gasto por habitante en Euskadi duplica la media del
Estado español-. Como si éste fuera un
país de jauja. Para juergas, Celtiberia, no Euskadi.
No caben ya más cosas en la cabeza. Dejemos el
juego de tronos para otros y ocupémonos de lo que de verdad nos aprieta.
Salgo a resetearme un poco. Quizá encuentre las gominolas de
txakoli. Mis neuronas las necesitan.
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