viernes, 11 de diciembre de 2015

UN ESCUDO PROTECTOR

Todo parece que está por decidirse. A una semana vista de la cita con las urnas  existe una gran indefinición a la hora de contemplar el escenario final que deparará el recuento electoral de la noche del 20.

Nadie se atreve a pronosticar cómo maduraran su voto los miles de indecisos  que, al parecer no despejarán su voluntad definitiva hasta el práctico momento de acudir al colegio donde depositar su papeleta.

Y todo ello, sin que nadie acierte a diagnosticar el efecto real que tendrá una campaña mediática en la que la sobreexposición televisiva ha podido causar vuelcos espectaculares en la opinión pública o, por el contrario solo ha influido en el grado de conocimiento de los principales competidores en liza.

Quizá sea el sino de los tiempos, el tiempo en el que la comunicación política  se asienta en el impacto audiovisual de las candidaturas, pero la pugna que hemos presenciado por la audiencia, por colocar los mensajes  en los principales soportes televisivos nos induce a pensar que las ganadoras de estas elecciones han sido, antes que ninguna formación, las grandes cadenas audiovisuales.  Cadenas que, más allá de las televisiones públicas, tienen sus consejos de administración, sus propias líneas editoriales y , como no, sus propias preferencias.

No ha habido franja horaria en la que  la dialéctica electora haya estado ausente. Desde los reality show  hasta los programas de entretenimiento. “Prime time”, “second time”, informativos, publicidad...una avalancha  de mensajes  y productos de fidelización de actores que ha llegado a chorro, vía tdt hasta el último y recóndito hogar de la península.

Y, claro está,  los grandes perjudicados de esta  globalización visual, han sido –hemos sido- las formaciones periféricas. Esas que ni su objetivo  se centra en llegar a la Moncloa, ni su ámbito de actuación  va más allá de su circunscripción natural.

Vamos que a los nacionalistas de todo tipo, la campaña electoral televisiva,  nos ha pasado por encima sin comerlo ni beberlo.  Baste recordar la presencia del portavoz del PNV en el Congreso en un debate de la “sexta noche”  donde  su intervención pareció marciana. Como un extraterrestre al margen de una melé  en la que populares, socialistas, podemitas y ciudadanos participaron en un programa y Aitor Esteban en otro, pese a estar sentado en el mismo plató.

Pese a todo y como mal menor,  el PNV se coló en aquel debate. Algo infrecuente en toda la campaña pues  el protagonismo  y la antena sólo han estado disponibles para el cuatripartito que, al parecer, se disputa el acceso a la Moncloa.
Por no hablar de “Amaiur”, la marca madrileña de la izquierda Abertzale, a la que más allá de la televisión pública vasca,  se le ha condenado al ostracismo audiovisual.

He aquí, un gran hándicap. Quienes no tienen entre sus aspiraciones  formar parte en un gobierno español han sido eliminados del espectáculo mediático y su presencia en esta campaña, ya de por sí fría –por  fechas y ambiente- se hace muy complicada.

Nadie sabe el impacto que producirá en el electorado la sobreexposición  televisiva. Lo cierto es que el trasfondo ideológico ha perdido fuerza respecto a la imagen. Y lo que parecía  debía ser una tormenta de ideas, a tenor de la invocación que todo el mundo hacía de una “nueva transición”, ha quedado reducida a una pugna sin cuartel  para afianzar fortalezas propias y poner en evidencia debilidades ajenas. Emergentes buscando la centralidad  y el contraste entre lo “viejo” y lo “nuevo”, los hasta ahora  hegemónicos  intentando que nadie les “muerda” ni les “achique espacios. Tácticas posicionales sin corriente de fondo.

Eso no significa que del cuadro resultante del 20-D no se produzcan  consecuencias tectónicas que convulsionen la política, y de forma especial,  el modelo territorial  del Estado. La bandera batida por Ciudadanos y también por otras formaciones en relación al Concierto Económico y el Cupo dan cuenta de que algo muy serio puede llegar a ocurrir en la estructura del propio Estado si prosperan las tesis que abonan un nuevo modelo  político  sustentado en la unidad . Bajo el pretexto de la “igualdad”  de derechos, la nueva sociología política que soporte el parlamento español  puede estar tentada a dar una vuelta de tuerca a los “hechos diferenciales” sofocándolos desde la uniformidad.

Hay que tener en cuenta que España se enfrenta a la crisis de una fragmentación institucional quebrada económicamente. Insostenible en el tiempo y que ha demostrado artificialidad en su origen  y en su fondo. Y, en sentido contrario, los hechos nacionales históricos agudizan su demanda de reconocimiento y respeto  a su ámbito de autogobierno. De ahí que  de la respuesta que la nueva mayoría surgida de las urnas dé a esta asimetría dependerá el encauzamiento de un problema secular o su enconamiento hasta puntos de difícil retorno.

Por eso los vascos nos jugamos mucho en esta cita electoral. Si las amenazas recentralizadores fraguan nos encontraremos en un escenario de enfrentamiento no deseado, en el cual  todas las conquistas autonómicas alcanzadas estén serio riesgo de cuestionamiento. Y el autogobierno ha posibilitado un nivel de bienestar  reconocible. Bienestar socioeconómico. Bienestar institucional, de empleo, de servicios públicos, de prestaciones sociales, de desarrollo territorial, de convivencia.

Sí, aunque no lo parezca, todo está en juego. Son unas elecciones determinantes en las que el nacionalismo vasco pretende utilizar los apoyos que coseche como un escudo protector del espacio conquistado. Y mantener lo que se tiene es, hoy por hoy, un bien nada despreciable.
Para  hacer posible ese empeño, el nacionalismo deberá concienciar al electorado vasco de lo mucho que se juega. Deberá superar  la supremacía mediática que eclipsa su voz con una presencia activa en la sociedad vasca. Con la fórmula tradicional de la movilización de su estructura. Pueblo a pueblo. Calle a calle.  Para hacer oír su mensaje y convencer, boca a oído si es preciso,  de la importancia que tiene  en este momento disponer  de una mayoría vasca que blinde Euskadi de cualquier intento centralista.

El éxito o el fracaso de esta apuesta pasa por la movilización del electorado. Un electorado atrapado por las fechas navideñas y por el ruido mediático. Un electorado que se confíe. Que crea  que todo está hecho y que no sienta como real el desafío que viene.

Quizá el panorama resulte sombrío y pesimista. Pero los tiempos no parecen alentar la lírica. Aunque cualquier reto puede convertirse en oportunidad. Un cambio parece llegar. Lo que nadie se atreve a determinar es el sentido del mismo.

A Ramón Zallo, el combativo profesor universitario cuya inquietud política le acompaña desde aquellos viejunos tiempos de la Liga Comunista Revolucionaria, esta perspectiva defensiva no le motiva demasiado. Tampoco la posición del partido mayoritario –el PNV-  que califica de “una gestión sin proyecto”. Por eso cree que los nacionalistas, amparados en el “valor refugio y escoba para electores de todo tipo” no tendremos  peso en la política de Estado, salvo carambolas”, reservándonos “nueve años en blanco de proyecto y de mera defensa del Concierto y de una reforma estatutaria de andar por casa”.

Zallo se siente molesto por unas alusiones que le dediqué meses atrás cuando, junto a sus compañeros de revolución pendiente, lanzaron al ruedo su propuesta de una alternativa unitaria de izquierdas como candidatura del cambio político en Euskal Herria. Lástima que su apuesta, una vez más,  no haya cuajado. Me hubiera gustado, de verdad  que hubiese tenido la oportunidad de contrastar, por una vez, su alternativa con la realidad. Sin la “pólvora del rey” ni la ventaja que da el vivir a la sombra de distintos árboles  que protejan la piel propia del abrasador sol de ahí afuera.


Sabe el catedrático de la UPV que no fue mi intención ofenderle. Si así lo interpretó, lo lamento. Quien no se  equivoca nunca, ni cuando predijo el fracaso del museo Guggenheim en su puesta en marcha bilbaina, debe ser compasivo con quienes erramos a menudo. Ya se sabe, lo nuestro es una “gestión sin proyecto”, administrar los tiempos muertos. Lo suyo es la iniciativa política. Si acierta con su vaticinio de Catalunya, de la activación social de Gure Esku Dago o del nuevo proceso que traerá  la salida de Otegi de la cárcel, tal vez tenga otra oportunidad para abanderar nuevamente un proyecto de vanguardia. Suerte, y no desfallezca. Mientras tanto, y aunque le aburra,  ya estará aquí el PNV para, como siempre, sacar las castañas del fuego

No hay comentarios:

Publicar un comentario