Todo parece que está por decidirse. A una semana vista de la
cita con las urnas existe una gran
indefinición a la hora de contemplar el escenario final que deparará el
recuento electoral de la noche del 20.
Nadie se atreve a pronosticar cómo maduraran su voto los
miles de indecisos que, al parecer no
despejarán su voluntad definitiva hasta el práctico momento de acudir al
colegio donde depositar su papeleta.
Y todo ello, sin que nadie acierte a diagnosticar el efecto
real que tendrá una campaña mediática en la que la sobreexposición televisiva
ha podido causar vuelcos espectaculares en la opinión pública o, por el
contrario solo ha influido en el grado de conocimiento de los principales
competidores en liza.
Quizá sea el sino de los tiempos, el tiempo en el que la
comunicación política se asienta en el
impacto audiovisual de las candidaturas, pero la pugna que hemos presenciado
por la audiencia, por colocar los mensajes
en los principales soportes televisivos nos induce a pensar que las
ganadoras de estas elecciones han sido, antes que ninguna formación, las
grandes cadenas audiovisuales. Cadenas
que, más allá de las televisiones públicas, tienen sus consejos de
administración, sus propias líneas editoriales y , como no, sus propias
preferencias.
No ha habido franja horaria en la que la dialéctica electora haya estado ausente.
Desde los reality show hasta los
programas de entretenimiento. “Prime time”, “second time”, informativos,
publicidad...una avalancha de
mensajes y productos de fidelización de
actores que ha llegado a chorro, vía tdt hasta el último y recóndito hogar de
la península.
Y, claro está, los
grandes perjudicados de esta
globalización visual, han sido –hemos sido- las formaciones periféricas.
Esas que ni su objetivo se centra en
llegar a la Moncloa, ni su ámbito de actuación
va más allá de su circunscripción natural.
Vamos que a los nacionalistas de todo tipo, la campaña
electoral televisiva, nos ha pasado por
encima sin comerlo ni beberlo. Baste
recordar la presencia del portavoz del PNV en el Congreso en un debate de la
“sexta noche” donde su intervención pareció marciana. Como un
extraterrestre al margen de una melé en
la que populares, socialistas, podemitas y ciudadanos participaron en un
programa y Aitor Esteban
en otro, pese a estar sentado en el mismo plató.
Pese a todo y como mal menor, el PNV se coló en aquel debate. Algo
infrecuente en toda la campaña pues el
protagonismo y la antena sólo han estado
disponibles para el cuatripartito que, al parecer, se disputa el acceso a la
Moncloa.
Por no hablar de “Amaiur”, la marca madrileña de la izquierda Abertzale ,
a la que más allá de la televisión pública vasca, se le ha condenado al ostracismo audiovisual.
He aquí, un gran hándicap. Quienes no tienen entre sus
aspiraciones formar parte en un gobierno
español han sido eliminados del espectáculo mediático y su presencia en esta
campaña, ya de por sí fría –por fechas y
ambiente- se hace muy complicada.
Nadie sabe el impacto que producirá en el electorado la
sobreexposición televisiva. Lo cierto es
que el trasfondo ideológico ha perdido fuerza respecto a la imagen. Y lo que
parecía debía ser una tormenta de ideas,
a tenor de la invocación que todo el mundo hacía de una “nueva transición”, ha
quedado reducida a una pugna sin cuartel
para afianzar fortalezas propias y poner en evidencia debilidades
ajenas. Emergentes buscando la centralidad
y el contraste entre lo “viejo” y lo “nuevo”, los hasta ahora hegemónicos
intentando que nadie les “muerda” ni les “achique espacios. Tácticas
posicionales sin corriente de fondo.
Eso no significa que del cuadro resultante del 20-D no se
produzcan consecuencias tectónicas que
convulsionen la política, y de forma especial,
el modelo territorial del Estado.
La bandera batida por Ciudadanos y también por otras formaciones en relación al
Concierto Económico y el Cupo dan cuenta de que algo muy serio puede llegar a
ocurrir en la estructura del propio Estado si prosperan las tesis que abonan un
nuevo modelo político sustentado en la unidad . Bajo el pretexto de
la “igualdad” de derechos, la nueva
sociología política que soporte el parlamento español puede estar tentada a dar una vuelta de
tuerca a los “hechos diferenciales” sofocándolos desde la uniformidad.
Hay que tener en cuenta que España se enfrenta a la crisis
de una fragmentación institucional quebrada económicamente. Insostenible en el
tiempo y que ha demostrado artificialidad en su origen y en su fondo. Y, en sentido contrario, los
hechos nacionales históricos agudizan su demanda de reconocimiento y
respeto a su ámbito de autogobierno. De
ahí que de la respuesta que la nueva
mayoría surgida de las urnas dé a esta asimetría dependerá el encauzamiento de
un problema secular o su enconamiento hasta puntos de difícil retorno.
Por eso los vascos nos jugamos mucho en esta cita electoral.
Si las amenazas recentralizadores fraguan nos encontraremos en un escenario de
enfrentamiento no deseado, en el cual
todas las conquistas autonómicas alcanzadas estén serio riesgo de
cuestionamiento. Y el autogobierno ha posibilitado un nivel de bienestar reconocible. Bienestar socioeconómico.
Bienestar institucional, de empleo, de servicios públicos, de prestaciones
sociales, de desarrollo territorial, de convivencia.
Sí, aunque no lo parezca, todo está en juego. Son unas
elecciones determinantes en las que el nacionalismo vasco pretende utilizar los
apoyos que coseche como un escudo protector del espacio conquistado. Y mantener
lo que se tiene es, hoy por hoy, un bien nada despreciable.
Para hacer posible
ese empeño, el nacionalismo deberá concienciar al electorado vasco de lo mucho
que se juega. Deberá superar la
supremacía mediática que eclipsa su voz con una presencia activa en la sociedad
vasca. Con la fórmula tradicional de la movilización de su estructura. Pueblo a
pueblo. Calle a calle. Para hacer oír su
mensaje y convencer, boca a oído si es preciso,
de la importancia que tiene en
este momento disponer de una mayoría
vasca que blinde Euskadi de cualquier intento centralista.
El éxito o el fracaso de esta apuesta pasa por la
movilización del electorado. Un electorado atrapado por las fechas navideñas y
por el ruido mediático. Un electorado que se confíe. Que crea que todo está hecho y que no sienta como real
el desafío que viene.
Quizá el panorama resulte sombrío y pesimista. Pero los
tiempos no parecen alentar la
lírica. Aunque cualquier reto puede convertirse en
oportunidad. Un cambio parece llegar. Lo que nadie se atreve a determinar es el
sentido del mismo.
A Ramón Zallo, el combativo profesor universitario cuya
inquietud política le acompaña desde aquellos viejunos tiempos de la Liga Comunista
Revolucionaria , esta perspectiva defensiva no le motiva
demasiado. Tampoco la posición del partido mayoritario –el PNV- que califica de “una gestión sin proyecto”.
Por eso cree que los nacionalistas, amparados en el “valor refugio y escoba
para electores de todo tipo” no tendremos
peso en la política de Estado, salvo carambolas”, reservándonos “nueve
años en blanco de proyecto y de mera defensa del Concierto y de una reforma
estatutaria de andar por casa”.
Zallo se siente molesto por unas alusiones que le dediqué
meses atrás cuando, junto a sus compañeros de revolución pendiente, lanzaron al
ruedo su propuesta de una alternativa unitaria de izquierdas como candidatura
del cambio político en Euskal Herria. Lástima que su apuesta, una vez más, no haya cuajado. Me hubiera gustado, de
verdad que hubiese tenido la oportunidad
de contrastar, por una vez, su alternativa con la realidad. Sin la
“pólvora del rey” ni la ventaja que da el vivir a la sombra de distintos
árboles que protejan la piel propia del
abrasador sol de ahí afuera.
Sabe el catedrático de la UPV que no fue mi intención ofenderle.
Si así lo interpretó, lo lamento. Quien no se
equivoca nunca, ni cuando predijo el fracaso del museo Guggenheim en su
puesta en marcha bilbaina, debe ser compasivo con quienes erramos a menudo. Ya
se sabe, lo nuestro es una “gestión sin proyecto”, administrar los tiempos
muertos. Lo suyo es la iniciativa política. Si acierta con su vaticinio de
Catalunya, de la activación social de Gure Esku Dago o del nuevo proceso que
traerá la salida de Otegi de la cárcel,
tal vez tenga otra oportunidad para abanderar nuevamente un proyecto de
vanguardia. Suerte, y no desfallezca. Mientras tanto, y aunque le aburra, ya estará aquí el PNV para, como siempre,
sacar las castañas del fuego
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