viernes, 27 de noviembre de 2015

VERGÜENZA PROPIA Y AJENA

Tengo aún el corazón encogido tras los ataques terroristas  simultáneos  que se produjeron en París  hace ya dos semanas.  Reconozco, no sin vergüenza,  que no tuve la misma impresión cuando en Mali, la misma crueldad fanática se llevó por delante la vida de 22 personas.  Y me horrorizo al no percibir  la misma compasión humana al conocer el atentado de Túnez con 13 víctimas mortales.

Me avergüenzo. Sin más. Y temo que en el siguiente incidente terrorista que ocurra, y más si es en una zona alejada (Siria, Irak, Turquía...), mi respuesta emocional descuente el horror como un elemento más en la agenda.

¿Por qué mi estado emocional no ha sido el mismo  en todos los casos?.  ¿Por qué mi reacción ha sido diferente ante unos hechos  de violencia idéntica? ¿Acaso percibo víctimas de primera y de segunda?. No tengo una respuesta cierta. Ni coherente.

Tal vez mi subconsciente asimiló que en París, en sus terrazas, en sus centros de ocio, podía haber estado yo. O mi  familia y amigos. Y en Bamako no. Quizá la proximidad geográfica tuvo algo que ver. No lo sé. Pero algo me ha sacudido en mis principios éticos pues creo que una vida humana tiene el mismo valor aquí que en Sebastopol. Aunque no lo perciba de igual manera.

Algo parecido aconteció con la dramática imagen de Aylan Kurdi, el niño sirio ahogado en una playa de Turquía.  Aquella fotografía conmocionó el planeta. ¿Acaso no había habido más niños muertos como consecuencia  del conflicto bélico en la zona?.  ¿Cuantos niños, jóvenes y ancianos habían sucumbido en el éxodo humanitario sin que una sola lágrima  de compasión se hubiese derramado?.

Cuando el dolor  es lejano  lo expresamos con lástima. Pero cuando nos toca de cerca, el injusto sufrimiento se torna no sólo en  indignación sino en temor, en inseguridad,  en desconsuelo.

El terror fanático, sea religioso o de otra índole, tiene como objetivo la socialización del miedo a través de unas acciones cuyo grado de crueldad  rozan lo insoportable. El extremismo de su acción, que lleva a sus practicantes no sólo a la destrucción  de los demás sino a su inmolación personal si fuera  preciso, nos enfrenta a un fenómeno de muy difícil combate pues el diálogo y la negociación  resultan mayoritariamente inútiles  ante la inquebrantable voluntad dañina.

Determinar cómo  hacerle frente de manera eficaz es el desafío más importante  que las democracias occidentales tienen en este momento. Simplificar la respuesta,  a través de  un reforzamiento de la seguridad  puede resultar la tentación primaria  de quien ha sufrido un ataque. La seguridad  es una cuestión básica pero no puede  ni debe ser la coartada que sacrifique la libertad individual y colectiva  y que adultere los principios de justicia, derechos humanos y democracia en los que se sustentan  las sociedades occidentales.

Frente a una amenaza real como la que ha golpeado y, previsiblemente lo seguirá haciendo, al mundo actual  cabe, inicialmente, un diagnóstico previo y rotundo; la condena y la deslegitimación de la violencia. La condena debe afectar a los hechos terroristas y al fanatismo que los empuja, sin estigmatización alguna de colectivos, credos  o etnias  que derivaría  hacia la alimentación de un odio de revancha  en el que el problema, lejos de ser identificado en sus justos términos se ampliaría y agravaría notablemente.

La condena, igualmente, debe ser sincera. Sin dobles lecturas ni intereses ventajistas.
El deplorable espectáculo vivido  en torno a una declaración  mal formulada  desde el origen en el seno del Parlamento Vasco,  pone en evidencia  la falta de ética y de sinceridad de los redactores de un texto  que presumiblemente buscaban la unanimidad a sabiendas de que el contenido del escrito lo impedía.  La burda maniobra, utilizada para imputar al PNV su presunto desmarque en la condena de los atentados parisinos, solo sirvió para un estéril cruce de reproches en el que la búsqueda de rédito electoral  emponzoñó lo que debía  haber sido un simple acto reglado de compromiso político contra el terrorismo y a favor de los derechos humanos.

Fue como aquellos debates de otros tiempos en los que se instrumentalizaba a las víctimas y a las consecuencias del horror de la violencia  por intereses de parte. La peor cara de la acción política. Un error de bulto que días mas tarde  fue subsanado  en un abrir y cerrar de ojos con un nuevo texto y una nueva formulación  apoyada y ratificada por todos los portavoces parlamentarios vascos.  Mucho coste en alforjas para tan corto viaje.

Pero si la instrumentalización del dolor encontró en la cámara de Gasteiz  un impresentable  centro de manipulación, en el conjunto del Estado, los dos partidos mayoritarios  -PP y PSOE-  no han escatimado medios ni acciones para utilizar  la respuesta al terrorismo en el clima electoral que envuelve a la política española.

La excusa del pacto de Estado contra el terrorismo yihadista, suscrito en si día en solitario y sin posibilidad de consenso entre las dos formaciones, se ha utilizado como elemento de propaganda e imagen. Porque dicho pacto no es sino una fotografía de una declaración de intenciones que nació cerrada al universo parlamentario y que ahora se ha abierto, a modo de gran angular, para escenificar  un acuerdo de Estado sin contenido. Firmeza cosmética sin más. Porque, de fondo de actuación, no hablemos. Tan sólo la referencia al endurecimiento del código penal para los delitos de terrorismo –incorporándose la nueva pena de prisión permanente revisable-.

¿Alguien puede llegar a pensar que un activista del ISIS, cargado con un chaleco de explosivos  vaya a renunciar a su acción mortífera  ante la amenaza de ser condenado a la cadena perpetua?.

La exhibición del pacto antiyihadista obedeció, una vez más, al interés de populares y socialistas por sacar músculo. De presentarse ante el electorado español como “campeones” de la responsabilidad y del sentido de Estado.  La prueba del algodón  ha sido que cuando otras formaciones políticas han decidido sumarse  al retrato, ni Rajoy ni Pedro Sánchez han aparecido en la  instantánea, devaluando la presencia de sus formaciones  en dirigentes de segundo nivel. Rinde más una entrevista de Rajoy y Sánchez con Bertín Osborne que una foto compartida con Rivera. Mercadotecnia  pura y dura.

Así es. Firmeza de cartón piedra. Unidad de conveniencia. Y estupideces las justas, como afirmar con descaro que “el PNV es el único partido que no ha apoyado el pacto antiyihadista”. Hay que tener tupé para afirmar tal cosa. Sobre todo, cuando el PNV sabe de primera mano que ni Rajoy ni Pedro Sánchez quieren asumir compromisos que impliquen  la acción  de España en un movimiento defensivo europeo contra el ISIS antes de que se celebren las elecciones generales. Ni en el Mediterráneo, ni en el Sahel africano.

Hacer frente al ISIS y a su guerra  de aquí y de allá, implica seriedad y responsabilidad.  No impostura. Implica una acción coordinada  en el ámbito europeo. Implica  prevención internacional con el fomento de una mayor inteligencia e investigación  dentro y fuera de las fronteras de la Unión. Implica estrategias de defensa comunes. Intercambio de informaciones. Conexión de fuerzas de seguridad y policías. Neutralización de las fuentes económicas y de mercado de armamento que nutren a las organizaciones terroristas. Utilización de los  mecanismos legales de seguridad internacional dimanados de las Naciones Unidas. Implica compromiso de defensa sin afección a los principios de libertad y derechos humanos.


Eso es un pacto anti yihadismo auténtico. No postureo ni cálculo electoral. La amenaza es cierta y grave. Es consecuencia de errores  bélicos del pasado y de pociones geoestratégicas que han convertido al mundo en un polvorín de conflictos globalizados. El Papa Francisco ha hablado de una tercera guerra mundial. Yo no estoy capacitado para decir tanto. Ni para negarlo. Lo único que soy capaz de reconocer es mi incomprensible respuesta desigual ante el dolor ajeno y mi vergüenza más absoluta por la instrumentalización política que algunos han hecho  de esta grave situación. 

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