viernes, 13 de noviembre de 2015

MIRAR POR LA VENTANA

No gano para sustos. Cuando menos te lo esperas, ¡zas!. Una paloma impacta con tu ventana. Es la tercera vez que ocurre en poco tiempo. Supongo que no será el mismo animal, que serán aves distintas las afectadas ya que tras el choque con el cristal, la accidentada criatura  cae al vacío desde una quinta planta. Lo cierto es que no sé si el suceso acaba en óbito –que es lo más probable- o si tras el desplome consigue recuperarse y retomar el vuelo antes de estrellarse en el suelo. Desconozco el resultado por una sencilla razón, la ventana es fija. No puede abrirse.

El hecho de que el ventanal esté permanentemente cerrado  me produjo inicialmente, cuando llegué a  mi actual despacho,  una sensación de contrariedad. Todas las estancias, y más  las que se ocupan en el ámbito laboral, necesitan airearse, ventilar un ambiente especialmente denso por las tensiones generadas en el trabajo.  Pero, pasado el tiempo, cambié de opinión. Que la oficina permaneciera hermética tenía su sentido.

El arquitecto que diseñó los despachos con las ventanas cerradas acertó. No sólo eso, al día de hoy, creo que fue un visionario. Un sabio.

De haber permitido que las ventanas se abrieran,  a más de uno  de quienes ocupamos las oficinas nos habría alentado tentaciones  de querer saltar por ellas. Y, de lo que no tengo ninguna duda, es que por ellas habría sido defenestrado más de un visitante ocasional. Y es que el género humano pirotécnico se prodiga en demasía. Vamos, que hay petardos a mogollón y el estímulo de  hacerlos desaparecer  ventana abajo es creciente. De ahí que diga que el arquitecto tuvo una idea  acertada. Para evitar males mayores, las ventanas mejor cerradas. A cal y canto.

Lo que no llego a comprender es cómo  las palomas no perciben la presencia del cristal. Y se estampan contra él. Quizá su tinte oscuro provoque un reflejo que las confunda  o que su opacidad dé la impresión  de que en realidad existe un hueco abierto por el que colarse. Sea como fuere, los pichones parecen no percatarse  que, al otro lado del vidrio,  hay alguien martilleando el ordenador que se sobresalta cada vez que  cegadas por lo que fuere,  las aves rebotan como en una pared..

Las palomas no sólo  me visitan  con vuelos camicaces. La mayoría del tiempo, toman el sol y pasean desinhibidas por la cornisa. De aquí para allá  como pedro por su casa.  También hay casuística. El día pasado,  una pareja –se supone que paloma y palomo-  se dedicó a fornicar de manera reiterativa  con la vista puesta en el Palacio de justicia.  Un cuadro casi pornográfico. Impúdico cuando menos.

Lo cierto es que tener una ventana en el despacho, con notables vistas a la calle, te permite contrastar la rutina con otras vivencias que ocurren en paralelo. Como si tuvieras opción de contemplar  experiencias de otra realidad casi virtual. Así, mientras discutes de algo tan aburrido como la ley municipal, asistes en directo, como un invitado más, al final de una boda civil  con aurresku, lanzamiento de ramo  y fotos de familia al completo. Y se oye, aunque poco,  lo de “¡Viva los novios!”. Otros, en distinto momento, se hacen escuchar más. Son los que vienen de manifestación bocina en mano, para protestar por ésto o por aquello. Es un aliciente más que, en ocasiones, sirve para percibir que tus preocupaciones son tuyas y que  ahí fuera  existe todo un mundo que  gira con propia inercia.

No sé si Mariano Rajoy tendrá o no ventanas en su despacho de La Moncloa.  Me imagino que sí y que también  estarán herméticamente cerradas.

Hasta hace unos días me lo imaginaba contrariado. De reunión en reunión hasta la derrota final. Buscando con sus asesores  mensajes y golpes de efecto que pudieran alimentar la esperanza de que en las elecciones navideñas recobrara el espacio perdido. Precisamente las fechas elegidas para  realizar las votaciones  jugaban, a modo de despiste, para amortiguar el cabreo ciudadano y centrar las expectativas de la gente en el turrón, la lotería, la paga extra  y en la cena de nochebuena. Un calendario-adormidera que le salvara de la quema.

Pero, sin hacer nada –algo habitual en el presidente popular- se encontró con un regalo anticipado. El proceso catalán se activaba repentinamente –la hoja de ruta pactada lo emplazaba en 18 meses- y le puso en bandeja una campaña  en la que,  revestido de la bandera rojigualda, , le ha hecho crecer entre su electorado natural.

La presentación y ratificación ante el Parlament  de la iniciativa para la “desconexión” de Catalunya  obedecía al mandato expreso que el electorado catalán había dado a las formaciones ganadoras de las elecciones autonómicas del 29-S. De eso no hay duda. Quienes optaron abiertamente por la independencia tenían toda la legitimidad del mundo para que sus planteamientos fueran llevados a la cámara legislativa catalana. Pero, aquí está quizá el mayor reproche que se les pueda hacer, tal  paso debería haberse dado sin precipitación y con una precisa  gestión de los tiempos.  El “tempus” posibilitaba una estrategia distinta ya que el efecto práctico de tal declaración  habría sido el mismo si tal acto parlamentario  se hubiera desarrollado dentro de tres meses y no ahora, en las vísperas de unas generales.

Se dice que las prisas no son siempre buenas consejeras, y en este caso, bajo la notable influencia de los radicales de las CUP´s,  el proceso catalán , acelerado tal vez en demasía, ha tenido una consecuencia  quizá indeseada; la revitalización de un PP en horas bajas.

Nadie dudaba que ante el avance soberanista en Catalunya la respuesta del Estado fuera a ser inmediata. Y que las consecuencias  previsibles, a tenor de la experiencia política  de  estos últimos años,  tensionaría la situación  con intervención inmediata del Tribunal Constitucional, la amenaza de sanciones, etc.

También en esto Rajoy era previsible. La incógnita mayor se situaba en el “cuando” se produciría el choque. Y éste llegó de inmediato.
Sin salir de la Moncloa, mirando por su ventana particular, Rajoy  creció en su papel de “estadista” y a los ojos de miles de electores españoles quedó investido de “candidato-garantía” de la unidad constitucional.  Alimentaron ese rol todos los representantes  políticos que no dudaron en acudir a la sede gubernamental tras la llamada de Rajoy.  Hasta quienes se opusieron a los planteamientos de “mano dura”  legitimaron  el papel  del líder del PP como “macho alfa” del Estado frente a la amenaza independentista.  Por no hablar de la penosa  imagen  del secretario general socialista,  captado en una foto de familia en los jardines  gubernamentales, dilapidando todo su capital de alternativa opositora  con su cierre de filas al lado del “cumplimiento de la ley”.

Sánchez , que luego ha querido matizar su posición  pero  que lo ha hecho tarde y mal,  fue el primero en inaugurar el “book” fotográfico del nuevo líder de la España constitucional, Mariano el “campeador”. El álbum ha seguido, para mayor gloria del PP y de su interés electoral. Y para una campaña centrada en los valores de una España grande y libre.

Rajoy ya no tendrá que habla de Bárcenas,  ni de la trama púnica. Ni de los recortes o de las trampas presupuestarias detectadas en Bruselas. Le bastará con mencionar la ley y el orden, aunque con ambas invocaciones siga sin resolver el grave problema político suscitado por una mayoría catalana que aspira a ejercer su derecho democrático de decidir su futuro.

El puchero se está calentando demasiado. Hasta el rey, cuyo papel constitucional es el de  “arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones” se ha salido de madre. Ni árbitro ni moderador. “La España constitucional de nuestros días –señaló  Felipe VI- es un patrimonio que nos pertenece a todos; pertenece al pueblo español, que es en quien reside la soberanía nacional y del que emanan todos los poderes del Estado". Ni un solo guiño al diálogo, a la pluralidad o al contraste democrático de la sociedad. “Una, grande y libre” nuevamente.

El Estado que se llamaba de las autonomías y las “nacionalidades” involuciona y la amenaza de acabar con la “veleidades separatistas”  cobra fuerza cada día. La previsión de una “nueva transición” parece desvanecerse. Cada día que pasa  ocurre algo nuevo que pone en solfa  cualquier previsión futura que se hubiera hecho ya.  Y todavía pueden pasar muchas cosas. Así se anuncia enigmáticamente  por quienes analizan en profundidad  el ciclón político español que se avecina. 


Basta echar un vistazo por la ventana para percibir que los negros nubarrones anuncian temporal. Y de los grandes. Que no nos pase nada. 

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