viernes, 2 de octubre de 2015

EPOSTRACISMO

¿Quien en un momento de solaz no ha lanzado una piedra a un estanque, un embalse o el cauce de un río para hacerla saltar por el agua?. ¿Quien no ha jugado a contar los botes provocados por la trayectoria de un canto proyectado con fuerza en una superficie líquida?. Yo sí. Aunque he de reconocer que en esa actividad mi habilidad siempre ha sido escasa.

En mi torpeza, creía  que los factores que  facilitaban  ese efecto bailarín tenían que ver con la velocidad y la forma del pedrusco. Y no. Acabo de descubrir que  para que una piedra rebote con la superficie del agua los elementos básicos  que propician el éxito del experimento son el ángulo de choque respecto a la superficie, además del giro del guijarro y la posición del mismo en el momento del impacto.

Todo esto  tiene una fundamentación científica. Lo explicitaba una publicación de la prestigiosa revista “Nature”  que concluía que la piedra y la superficie del agua deben formar un ángulo de 20º (“ángulo mágico”) y que éste nunca puede superar los 45º ya que de lo contrario, el pedrusco se iría al fondo.

Seguramente mi ángulo siempre fue superior ya que en la mayoría de los casos, mis intentos solo conseguían salpicar. Y es que en eso de tirar piedras nunca fui un experto. Una vez, siendo muy joven, lancé un pedrusco contra una tanqueta de la Policía Nacional –eran otros tiempos-. A pesar de que aquel vehículo blindado era terriblemente grande, ni lo rocé. No así la luna de una sucursal de la caja de ahorros vizcaina  que, afortunadamente,  no se rompió, lo que indica mi torpeza y falta de pericia en  el ámbito destructivo.

Me sorprende que lo de tirar piedras a un río tenga tanta vocación histórica. Ya en la Grecia clásica, Homero describía una apuesta entre Jasón y Hércules para ver quien hacía rebotar más veces una piedra sobre el agua. Shakespeare, siglos más tarde, escribiría en su “Enrique V” sobre  la costumbre de “hacer ranas” –una de las acepciones por las que es conocido este juego. 

Insólito me ha parecido que algo tan banal tenga su propia competición reconocida y que hasta el libro de los récords Guinness contemple  la estratosférica marca del estadounidense Kurt Steiner que el 6 de septiembre de 2013  en Red Brigdge, cerca de Kane, Pensilvania, consiguiera  hacer saltar su piedra  sobre el agua en 88 ocasiones. 88 brincos nada más y nada menos. Increíble.

Sin embargo,  pese a lo sorprendente de todas estas averiguaciones, que mi intelecto jamás se había preocupado por descubrir por considerar que tirar piedras al agua era un acto insignificante, la curiosidad me ha llevado a conocer  algo todavía más inaudito. Esta acción de desafiar el hundimiento  de un guijarro en una superficie líquida tiene nombre propio. Se llama “epostracismo”. Todo un “palabro”

Me imagino la escena de un niño, al borde de una charca, agachado  y seleccionando entre los cantos rodados  una pieza plana mientras un amiguito   le preguntaba; “¿Para qué quieres esa piedra?”. “Pareces tonto. ¿Para qué va a ser? –respondía el primero-. Para practicar el epostracismo”.  “Ah!. Ahora lo entiendo. Pensaba que pretendías hacer saltar la piedra  por el agua. Un plato es un plato, y un vaso es un vaso. Y el epostracismo ...”.

A menudo, cuando las cosas resultan sencillas, los seres humanos tendemos a revestirlas de complejidad. Como si lo simple tuviera menos valor  que lo rebuscado. Y es ahí donde el lenguaje  se convierte en un disfraz petulante que impide una fácil comprensión de las palabras, los conceptos o las ideas. Tal transfiguración del lenguaje abarca hoy en día todos los ámbitos de la actividad humana y el discurso político no es ajeno a dicha tendencia.

En la comunicación política, mediatizada al impacto en medios y en audiencia,  se suele  considerar que un mensaje que necesita de explicación o de matices  es un mensaje fallido. Lo más efectivo es articular expresiones sencillas (sujeto, verbo y predicado) que expongan con nitidez meridiana  el quién, el qué, dónde, cuando y por qué. Pero esa articulación difícilmente se constata. Existe, por lo tanto un metalenguaje político, o lo que es lo mismo una jerga especial destinada para y por los políticos. Así surgen “palabros”y conceptos sofisticados que necesitan ser interpretados para conocer bien su significado.

Por ejemplo y yendo a ideas escuchadas días atrás, nos encontramos con la definición que el Partido Socialista  ha acuñado para su propuesta de reforma constitucional. Se trata del “federalismo asimétrico”. ¿Qué significa tal afirmación?. En principio se trata de  establecer un marco  igualitario entre territorios pero que, al mismo tiempo, es diferente en algunos casos.  Comunes pero distintos según quien.  Vamos, un lío.

Otro supuesto. El concepto de “nación foral” argumentado por el Lehendakari y por el PNV  en días pasados. La lectura fácil consideraría ambos términos como antagónicos pero lo que subyace  en tal conjugación es, según  se ha explicado,  la vinculación de unos derechos históricos con la voluntad de una nueva realidad política amparada por aquellos. Cuando menos, esta nueva formulación literaria necesita de  un esclarecimiento que ayude a comprenderla.

Finalmente, la última formulación  de contenido enrevesado ha partido de la Izquierda Abertzale. Se trata de una iniciativa de “empoderamiento de la sociedad”. Suena a propuesta de la teología de la liberación  -de hecho el término surge en ese ámbito- pero su contenido se entiende mejor si hablamos de consultas y referéndums populares.

A este paso, vamos a necesitar de intérpretes para seguir, sin perdernos,  los discursos de nuestros  representantes públicos,  para descifrar lo que quieren decir a partir de lo que dicen. Bueno, con Mariano Rajoy, las cosas cambian. Un vaso es un vaso y un plato es un plato.  Diáfano y contundente. Con él, con el presidente español, el problema estriba  en saber  a qué se refiere cuando habla  de esta forma. Si se refiere al menaje de la Moncloa o al problema de Catalunya.

Es como un jeroglífico permanente. Cuando todo el mundo daba por hecho que las elecciones serían el 13 de diciembre – los funcionarios se habían rebelado ante la hipótesis de tener que trabajar durante las fiestas navideñas para culminar los trámites previstos en la ley electoral- , cuando hasta el presidente del Congreso, Jesús Posadas, había augurado la fecha del domingo 13, llegó Rajoy  y en una entrevista televisiva,  sentenció que los comicios se celebrarán el 20.  Taza y media. 

No me imagino a Rajoy practicando el epostracismo. Le pega más el tancredismo.
Sin embargo, sí veo a Artur Mas intentando que su piedra,  el proyecto catalán, alcance la otra orilla salvando la enorme dificultad de  no hundirse en el trayecto. De momento, la piedra catalana sigue brincando. No se detiene en la búsqueda de la tierra firme de la otra orilla. A pesar de las turbulencias o del viento racheado que se ha dirigido en su contra. ¿Llegará a su destino?. Es una incógnita aún no desvelada.

Para quienes, desde el desconocimiento, se aprestan a simplificar lo que ocurre, es necesario precisar que tampoco aquí se ha llegado al desenlace final del contencioso catalán. Nada está ganado aún. Es más, el resultado electoral del pasado día 27 ha complicado todavía más el desenlace.

El proceso iniciado el pasado domingo, cuenta con una programación pactada de antemano. (“Full de ruta unitari del procés sobiranista català” firmado en Barcelona el 30 de marzo por Convergencia Democrática de Catalunya, Reagrupament Independentista y Esquerra Republicana) que “culminará en un periodo máximo de 18 meses”. Nuevos pasos, nuevos pronunciamientos y dinámicas de diálogo. El camino no está acabado. Su puesta en escena necesitará inteligencia y enormes dosis de templanza y de diálogo. El president Mas acertó en su diagnóstico la misma noche electoral; “deberemos administrar  la victoria electoral desde la integración y la cohesión dentro de Catalunya y en clave de concordia con España y Europa”.


La respuesta del Estado fue la imputación judicial del mandatario catalán. ¿Desde cuando “diálogo” es sinónimo de “provocación”?. Quizá en el diccionario de Rajoy quepa la analogía. Mientras tanto,  que la piedra siga su curso gracias al “ángulo mágico” de la voluntad democrática. Un rebote más en el agua y avanzando sin parar..  

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