¿Quien en un momento de solaz no ha lanzado una piedra a un
estanque, un embalse o el cauce de un río para hacerla saltar por el agua?.
¿Quien no ha jugado a contar los botes provocados por la trayectoria de un
canto proyectado con fuerza en una superficie líquida?. Yo sí. Aunque he de
reconocer que en esa actividad mi habilidad siempre ha sido escasa.
En mi torpeza, creía
que los factores que
facilitaban ese efecto bailarín
tenían que ver con la velocidad y la forma del pedrusco. Y no. Acabo de
descubrir que para que una piedra rebote con la superficie del agua los
elementos básicos que propician el éxito
del experimento son el ángulo de choque respecto a la superficie, además del
giro del guijarro y la posición del mismo en el momento del impacto.
Todo esto tiene una fundamentación científica. Lo
explicitaba una publicación de la prestigiosa revista “Nature” que concluía que la piedra y la superficie
del agua deben formar un ángulo de 20º (“ángulo mágico”) y que éste nunca puede
superar los 45º ya que de lo contrario, el pedrusco se iría al fondo.
Seguramente mi ángulo
siempre fue superior ya que en la mayoría de los casos, mis intentos solo
conseguían salpicar. Y es que en eso de tirar piedras nunca fui un experto. Una
vez, siendo muy joven, lancé un pedrusco contra una tanqueta de la Policía Nacional
–eran otros tiempos-. A pesar de que aquel vehículo blindado era terriblemente
grande, ni lo rocé. No así la luna de una sucursal de la caja de ahorros
vizcaina que, afortunadamente, no se rompió, lo que indica mi torpeza y
falta de pericia en el ámbito
destructivo.
Me sorprende que
lo de tirar piedras a un río tenga tanta vocación histórica. Ya en la Grecia
clásica, Homero describía una apuesta entre Jasón y Hércules para ver quien
hacía rebotar más veces una piedra sobre el agua. Shakespeare, siglos más
tarde, escribiría en su “Enrique V” sobre
la costumbre de “hacer ranas” –una de las acepciones por las que es
conocido este juego.
Insólito me ha
parecido que algo tan banal tenga su propia competición reconocida y que hasta
el libro de los récords Guinness contemple
la estratosférica marca del estadounidense Kurt Steiner que el 6 de
septiembre de 2013 en Red Brigdge, cerca
de Kane, Pensilvania, consiguiera hacer
saltar su piedra sobre el agua en 88
ocasiones. 88 brincos nada más y nada menos. Increíble.
Sin embargo, pese a lo sorprendente de todas estas
averiguaciones, que mi intelecto jamás se había preocupado por descubrir por
considerar que tirar piedras al agua era un acto insignificante, la curiosidad
me ha llevado a conocer algo todavía más
inaudito. Esta acción de desafiar el hundimiento de un guijarro en una superficie líquida
tiene nombre propio. Se llama “epostracismo”. Todo un “palabro”
Me imagino la
escena de un niño, al borde de una charca, agachado y seleccionando entre los cantos rodados una pieza plana mientras un amiguito le preguntaba; “¿Para qué quieres esa
piedra?”. “Pareces tonto. ¿Para qué va a ser? –respondía el primero-. Para practicar
el epostracismo”. “Ah!. Ahora lo
entiendo. Pensaba que pretendías hacer saltar la piedra por el agua. Un plato es un plato, y un vaso
es un vaso. Y el epostracismo ...”.
A menudo, cuando
las cosas resultan sencillas, los seres humanos tendemos a revestirlas de
complejidad. Como si lo simple tuviera menos valor que lo rebuscado. Y es ahí donde el
lenguaje se convierte en un disfraz
petulante que impide una fácil comprensión de las palabras, los conceptos o las
ideas. Tal transfiguración del lenguaje abarca hoy en día todos los ámbitos de
la actividad humana y el discurso político no es ajeno a dicha tendencia.
En la
comunicación política, mediatizada al impacto en medios y en audiencia, se suele
considerar que un mensaje que necesita de explicación o de matices es un mensaje fallido. Lo más efectivo es
articular expresiones sencillas (sujeto, verbo y predicado) que expongan con
nitidez meridiana el quién, el qué, dónde,
cuando y por qué. Pero esa articulación difícilmente se constata. Existe, por
lo tanto un metalenguaje político, o lo que es lo mismo una jerga especial
destinada para y por los políticos. Así surgen “palabros”y conceptos sofisticados
que necesitan ser interpretados para conocer bien su significado.
Por ejemplo y
yendo a ideas escuchadas días atrás, nos encontramos con la definición que el
Partido Socialista ha acuñado para su
propuesta de reforma constitucional. Se trata del “federalismo asimétrico”.
¿Qué significa tal afirmación?. En principio se trata de establecer un marco igualitario entre territorios pero que, al
mismo tiempo, es diferente en algunos casos.
Comunes pero distintos según quien.
Vamos, un lío.
Otro supuesto. El
concepto de “nación foral” argumentado por el Lehendakari y por el PNV en días pasados. La lectura fácil
consideraría ambos términos como antagónicos pero lo que subyace en tal conjugación es, según se ha explicado, la vinculación de unos derechos históricos
con la voluntad de una nueva realidad política amparada por aquellos. Cuando
menos, esta nueva formulación literaria necesita de un esclarecimiento que ayude a comprenderla.
Finalmente, la
última formulación de contenido
enrevesado ha partido de la
Izquierda Abertzale. Se trata de una
iniciativa de “empoderamiento de la sociedad”. Suena a propuesta de la teología
de la liberación -de hecho el término
surge en ese ámbito- pero su contenido se entiende mejor si hablamos de
consultas y referéndums populares.
A este paso,
vamos a necesitar de intérpretes para seguir, sin perdernos, los discursos de nuestros representantes públicos, para descifrar lo que quieren decir a partir
de lo que dicen. Bueno, con Mariano Rajoy, las cosas cambian. Un vaso es un
vaso y un plato es un plato. Diáfano y
contundente. Con él, con el presidente español, el problema estriba en saber
a qué se refiere cuando habla de
esta forma. Si se refiere al menaje de la Moncloa o al problema de Catalunya.
Es como un
jeroglífico permanente. Cuando todo el mundo daba por hecho que las elecciones
serían el 13 de diciembre – los funcionarios se habían rebelado ante la
hipótesis de tener que trabajar durante las fiestas navideñas para culminar los
trámites previstos en la ley electoral- , cuando hasta el presidente del
Congreso, Jesús Posadas, había augurado la fecha del domingo 13, llegó
Rajoy y en una entrevista
televisiva, sentenció que los comicios
se celebrarán el 20. Taza y media.
No me imagino a
Rajoy practicando el epostracismo. Le pega más el tancredismo.
Sin embargo, sí
veo a Artur Mas intentando que su piedra,
el proyecto catalán, alcance la otra orilla salvando la enorme
dificultad de no hundirse en el
trayecto. De momento, la piedra catalana sigue brincando. No se detiene en la
búsqueda de la tierra firme de la otra orilla. A pesar de las turbulencias o
del viento racheado que se ha dirigido en su contra. ¿Llegará a su destino?. Es
una incógnita aún no desvelada.
Para quienes,
desde el desconocimiento, se aprestan a simplificar lo que ocurre, es necesario
precisar que tampoco aquí se ha llegado al desenlace final del contencioso
catalán. Nada está ganado aún. Es más, el resultado electoral del pasado día 27 ha complicado todavía más
el desenlace.
El proceso
iniciado el pasado domingo, cuenta con una programación pactada de antemano. (“Full de ruta unitari del procés sobiranista
català” firmado en Barcelona el 30 de marzo por Convergencia Democrática de
Catalunya, Reagrupament Independentista y Esquerra Republicana) que “culminará
en un periodo máximo de 18 meses”. Nuevos pasos, nuevos pronunciamientos y
dinámicas de diálogo. El camino no está acabado. Su puesta en escena necesitará
inteligencia y enormes dosis de templanza y de diálogo. El president Mas acertó
en su diagnóstico la misma noche electoral; “deberemos administrar la victoria electoral desde la integración y
la cohesión dentro de Catalunya y en clave de concordia con España y Europa”.
La respuesta del Estado fue la imputación judicial del
mandatario catalán. ¿Desde cuando “diálogo” es sinónimo de “provocación”?.
Quizá en el diccionario de Rajoy quepa la analogía. Mientras
tanto, que la piedra siga su curso
gracias al “ángulo mágico” de la voluntad democrática. Un rebote más en el agua
y avanzando sin parar..
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