viernes, 17 de abril de 2015

BUENAS NOTICIAS

No todo son malas noticias. Cuando creíamos que la sección de buenos acontecimientos había desaparecido de los medios de comunicación, de repente, aparecen informaciones que rompen la inercia. Y esa depresión  permanente en la que vivíamos, alimentada por una crisis generalizada, se ve alterada por un respiro que induce al optimismo.

Hace un par de semanas fueron los grupos Gestamp y Megatech, líderes internacionales en componentes de automoción  quienes anunciaron su intención de residenciar en Amorebieta, Bizkaia, en el Centro de Inteligencia del Automóvil (AIC) sus respetivos centros mundiales de formación tecnológica e innovación.

El pasado miércoles era la multinacional  Thyssen Krupp la que hacía pública  su decisión de de constituir en el parque tecnológico de Zamudio (Bizkaia) un nuevo centro para investigar y desarrollar nuevas tecnologías vinculadas con el sector de la elevación, en concreto para ascensores y escaleras mecánicas.

Y estas noticias, aparecidas en los periódicos como extraños  anuncios de que más allá de la tormenta también hay esperanza, son los primeros indicios constatables de que la actividad económica vuelve a cobrar pulso en Euskadi.

Una cosa es que el Lehendakari anunciara el incremento en la previsión de crecimiento en el PIB para este año y otra bien distinta que los primeros resultados de la nueva tendencia alcista en la actividad económica se comenzaran a vislumbrar. Previsiones y cosecha.

Los desconfiados, abonados por la impostura tradicional asociada a la política, no se creyeron el vaticinio de Urkullu. Entendieron que todo era propaganda. Y utilizaron los malos datos coyunturales del paro en marzo para zurrar la badana al presidente vasco quien, por cierto, no se ha caracterizado en toda su trayectoria pública por echar las campanas al vuelo ante el menor indicio positivo.

Lo cierto es que  parece que algo está cambiando. No hablaremos ni de “brotes verdes” ni de otras simplezas  que tanto daño han hecho a la credibilidad de los representantes públicos. Y, si noticias como las de Gestamp o Thyseen Kroup comienzan a prodigarse será porque algo se habrá hecho bien en este país.  

Por eso creo provechoso dejar de fustigarnos  con cargas de negatividad que no conducen a ningún lado. Tampoco sería bueno  el efecto pendular de tirar la casa por la ventana  como si las dificultades  hubieran acabado. No. Ni lo uno, ni lo otro. Tan sólo un poco de sentido común y de realismo. Ni don “óptimo”, ni don “pésimo”. Ni “Leoncio león” ni “tristón” en versión de dibujos animados.

Las fotos hay que saber verlas con perspectiva, alejando la lente del microscopio para poder percibir el conjunto. Eso es lo que ha hecho recientemente el Consejo Superior de de Investigaciones Científicas (CSIC), organismo de ámbito estatal que ha elaborado un “atlas” de la crisis económica a través del análisis de 23 indicadores locales y territoriales.

Las conclusiones del informe resultan aplastantes. De los diez municipios del Estado menos afectados por la crisis, ocho son vascos. Dos datos más; el desarrollo humano para el País Vasco –esperanza de vida, escolarización y nivel de vida-, siguiendo la metodología de la ONU, es del 0.964. De ser posible la comparación con el resto del mundo, Euskadi estaría en tercer lugar, detrás de Islandia y Noruega.

Segunda conclusión; la renta per cápita del País Vasco en 2014, por paridad de poder adquisitivo, según Eurostat es de 33.500 euros, la primera de todo el Estado. Extremadura es casi la mitad, 16.700.

Tenemos, aunque a veces no lo lleguemos a percibir, una situación de sociedad avanzada y los principales salvavidas que nos han permitido tan inmejorable punto de partida han sido  el mantenimiento del tejido industrial, la cohesión social y la apuesta por la formación.

No es una novedad que el peso del sector industrial en Euskadi supera la media española (24% frente al 17,6% en 2013), pero la ventaja aumenta cuando se trata de comparar la inversión pública en I+D, donde las cifras vascas son homologables a las de Europa (1,99% cuando la media europea es del 2,02%) y están muy por encima de la del Estado (1,24%). Eso ha permitido a las industrias vascas entrar en mercados como Alemania, Francia, Reino Unido e incluso en plazas emergentes  como las de Brasil, India o China. En 2011, en plena crisis, las empresas vascas lograron el récord de exportaciones con 21.000 millones. Tal cifra se ha incrementado en 2014 hasta los 22.100 millones, el 9,3% de las exportaciones de todo el Estado español (el peso de Euskadi en la economía estatal es del 6,2%)
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Aunque en ocasiones vivamos ensimismados en la pesadumbre, nuestro modelo económico se ha convertido en un ejemplo digno de estudio en Europa. La Comisión Europea encargó al Comité de las Regiones la elaboración de un dictamen para orientar las políticas futuras de la Unión y este comité eligió a Euskadi, como potencia industrial de la que sacar conclusiones para extender al conjunto de la UE.

Algunos dirían que el resultado global es como para sacar pecho. No está nada mal pero vivir en la autocomplacencia, conformarse en el comparativo con los demás, no debe hacernos perder la perspectiva de que, con el empeño de todos, las buenas noticias serían mejores.

Son muchos los sacrificios y el empeño que ha costado edificar una sociedad como ésta. El éxito de lo logrado es compartido. No sólo de los gobiernos de turno que aplicaron el rigor y supieron establecer un modelo de crecimiento basado en la economía real, en la formación, en la protección social y en el conocimiento. También y fundamentalmente, lo es de quienes resistieron. De quienes mantuvieron en pie a las familias con ingresos exiguos. De quienes se empeñaron en mantener la persiana levantada agotando los ahorros propios para sostener un proyecto, unos empleos. Es el éxito de quienes se apretaron el cinturón, se congelaron o bajaron el salario para que el empleo sobreviviera. El éxito de quienes confiaron en un modelo de vida sustentado en valores tales como el trabajo, el esfuerzo, la superación.

Hay muchos protagonistas en este país nuestro que merecen ser mencionados. Pero, aún, queda mucho camino por recorrer. Y uno de los retos que se nos presentan como acuciantes es dar salida laboral a miles de jóvenes preparados y formados que necesitan una oportunidad para demostrar su valía. Que se merecen una incorporación normalizada al mercado de trabajo. Primero para acumular experiencia, y segundo para poder desarrollar en plenitud un proyecto de vida.

Rechina, y de que modo, que todos los intentos institucionales para conseguir ese objetivo hayan chocado sin razón aparente. No se entiende que existiendo demanda de trabajo –y la hay-, un empresario comprometido con el país, no entre en programas incentivados -y bien- por las autoridades para contratar, por un mínimo de seis meses a jóvenes titulados --licenciatura, diplomatura, estudios de grado, FP superior o media—procurando que estos tengan una primera experiencia laboral vinculada a su formación.

La “leyenda urbana” dice que muchos empresarios prefieren contratar “becarios/as” jóvenes antes que atender a esta fórmula normalizada de contratación porque los “costes laborales” y las “obligaciones de la empresa”  son menores. Porque es mucho más barato y la mano de obra es mucho más maleable y polivalente. Labores indefinidas por salarios basura y estabilidad nula.

De ser así, y algo hay a la vista de los pobres resultados obtenidos por los programas establecidos por la administración, me río del compromiso.

Ayer mismo escuchaba al presidente de una asociación patronal quejarse nuevamente de la “precariedad” en la que viven los empresarios, lo que les impide "tener contratos fijos, buenos y con grandes sueldos, porque nuestra confianza no es tan buena como la de antes, y lo que necesitamos es impulsar la actividad económica y crear otro clima diferente para hacer contratos como los de antes".

Nadie duda de las dificultades de las empresas por salir adelante. Las empresas son fundamentales para este país. Y, en ellas, los recursos humanos, los trabajadores y trabajadoras son el mejor valor, la mejor materia prima para alcanzar los objetivos de crecimiento, proyección y estabilidad. El mayor tesoro de conocimiento y “know how de cualquier proyecto emprendedor. Incorporar a los jóvenes a la empresa debe ser, por tanto, una decisión estratégica y de futuro. No un cálculo barato de beneficio.


Atender esa demanda social sería una gran noticia. Quizá una de las mejores que esperamos ver cumplida. 

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