viernes, 27 de marzo de 2015

MÁS PAN Y MENOS CIRCO

Las pruebas lo demuestran. Sólo se quería la foto. Política de foto, de impacto, de propaganda. Miserable utilización  de las víctimas en un escenario electoral.  Sin visión de estado. Sin responsabilidad. Sin escrúpulos.

Vino Rajoy a Vitoria-Gasteiz a poner “la primera piedra” del Memorial de las Víctimas. Y no hubo ni piedra. Porque no hay proyecto. Ni consenso. Ni interés por compartir ideas. Parafernalia y poco más. En el límite legal para actos propagandísticos previos a las elecciones locales.

El proceso de paz en Colombia es muy importante. Y el Gobierno de España con su presidente a la cabeza lo respalda. Está muy bien coadyuvar a que los conflictos armados desaparezcan en el mundo y que sus consecuencias  se mitiguen en aras a la paz y a la reconciliación.

Pero lo que vale para allí, no tiene cabida aquí. Más cerca. Donde  el presidente español puede hacer cosas de verdad. Política de Estado con mayúsculas que arrastra por los suelos.

Aquí, todo es pose  y publicidad casposa. Hasta las invitaciones para el acto del pasado martes fueron un despropósito. El Ministro de Interior el anfitrión de un evento en el que  sólo brillaron los amigos. Ministros, peperos, Maroto y el de la moto.
Y , del proyecto del “Memorial” ¿que queda?. No ha quedado ni la placa que descubriera Mariano. Desapareció apenas pasadas unas horas del edificio del Banco de España en la gasteiztarra calle Olaguibel.

El Delegado Carlos Urquijo, tan ávido para otros menesteres, fue el encargado de  situar  el distinto en la pared. Lo hizo, como él acostumbra. Monoidiomática. Sin respetar la oficialidad de las dos lenguas de la comunidad. Bueno, por no respetar, ni tan siquiera insertó el nombre oficial de la capital alavesa. Solamente “Vitoria” en lugar de “Vitoria-Gasteiz”.

Así que la chapa que con tanta pompa y boato descubrió Mariano, fuera retirada  unas horas más tarde. Un señor de buzo, sin protocolo ni cámaras de televisión, tiró de destornillador y la placa a la basura. Pero el objetivo estaba cubierto. El minuto de gloria y el “pildorazo informativo” habían sido satisfactorios.

El Lehendakari Urkullu, presente  en aquel montaje –sólo hubiera faltado que no se le hubiera invitado-  ya señaló con acierto que el nuevo tiempo que vivimos en Euskadi nos ofrece una oportunidad para consolidar la paz y fortalecer la convivencia y ello “nos demanda altura de miras y poner en común una política de Estado porque no es suficiente con coexistir sino que es necesario convivir”. Pero Rajoy, que había venido a la foto,  siguió ignorando las palabras del presidente vasco, ajeno  a la reflexión, a la demanda de toda una sociedad que le exige responsabilidad y no pose.

Ya lo dijo Cicerón; “Quosque tandem, abutere patientia nostra?”. Hasta cuando abusarás de nuestra paciencia?.
Nada esperemos de políticos mediocres. Nuestros problemas no se solventarán por su acción u omisión. Ni ahora ni luego.
Nuestra suerte, la de nuestro pueblo, sus angustias y sus satisfacciones dependerá de nuestros propios actos.  Sobre todo en la consecución de una convivencia normalizada que relegue y cierre la página de años de zozobra.
Quien crea que la superación de las consecuencias provocadas por decenios de prácticas violentas vendrá de una negociación entre partes se equivoca.  No porque el diálogo sea inútil o porque el gobierno español de hoy –y el de mañana-  no se sientan concernidos en proceso resolutivo alguno. Sino porque, además, el escenario global ha cambiado sustancialmente.

El día que el terrorismo internacional  atentó contra las torres gemelas, ETA o cualquier otra expresión armada recibió su sentencia  definitiva. Aunque sus dirigentes tardaron en persuadirse de que su fin estaba ya escrito.
De la misma manera, hoy, con el repunte de la amenaza yihadista  en el corazón de occidente, nadie espera que los estados o los resortes de poder de estos, relajen  sus garantías judiciales o procesales  en casos vinculados con estructuras que hayan tenido que ver con el terrorismo o con prácticas violentas. Aunque éstas estén ya superadas, desactivadas o hayan cesado definitivamente en su actividad.

El concepto de seguridad, de rigidez penal se ha impuesto por encima de otras consideraciones. Si a eso se le suma el convencimiento de que al gobierno español sólo le interesa ETA y sus secuelas como referencia victoriosa de un conflicto imaginario, con nuevas acciones policiales y judiciales mediáticas,  convendremos en pensar  que lo inteligente para la propia ETA y para su militancia es acabar, cuanto antes,  por sí misma y de la mejor manera posible, con su agonía.

No hacerlo, condenará a su base social y militante a seguir mirando al calendario sin un final previsible. Sin un horizonte en el que sus apreturas y sus angustias puedan, al fin, encontrar una salida.
De ahí que la unilateralidad de los pasos a seguir dando resulte trascendente. Unilateralidad no significa soledad pues si los pasos son firmes, veraces, constatables y decididos, podrán ser acompañados. Máxime cuando el conjunto de la sociedad vasca tiene ya asumida la necesidad de un tiempo nuevo y está instalada –antes que los propios partidos políticos- en ese nuevo capítulo. Para empezar un nuevo libro, una nueva historia se requiere finalizar el anterior con fundamento y aplomo. ¿Cómo entrar a acometer nuevos desafíos si no somos capaces de encauzar y sellar los inmediatamente anteriores?.

Lo que en nada ayuda a esta tarea es  caer en la permanente tentación de convertir la acción política en una foto. Como Rajoy, pero en sentido inverso.  Llevar una protesta al Parlamento tiene toda la lógica  política y democrática.  Pero no como esperpento de espectáculo de pasquín y encartelada. La Cámara legislativa es la casa de la palabra y es precisamente allí donde la voz, con respeto y educación, debe saber interpretar las ideas de cada cual.

Pocos dudan de que las últimas actuaciones policiales, dirigidas por mandamiento judicial, contra el entorno de los presos vascos, tengan una evidente motivación escénica. Porque si la justicia investiga unos presuntos indicios delictivos llevados a cabo por ciudadanos que ni se esconden ni se encuentran en paradero desconocido, sobra el montaje excepcional de redada y operativo de seguridad propio de otros tiempos.

Primero fue “jaque”, luego “mate” y ahora “pastor”, operaciones continuadas de una partida de ajedrez que fueron dispuestas como caja de resonancia mediática de la batalla artificial que desde el Ministerio de Interior español se mantiene frente a un terrorismo que ya no existe. Es la añoranza por  presentar derrotado, una y otra vez, a quien  desde hace tres año ha claudicado y renunciado a su estrategia.

Denunciar la utilización fetiche  que se hace de la “firmeza antiterrorista” por entorpecer la convivencia democrática, por la vulneración de los procedimientos procesales o por convertir la defensa de la seguridad y de los derechos humanos en un espectáculo, es un ejercicio legítimo que merece todo el respeto. Pero, una cosa es eso y otra muy distinta convertir dicha protesta en un circo parlamentario.

Nadie niega a la Izquierda Abertzale o a quien sea, su derecho a la protesta. O a expresar  libremente sus argumentos. Lo que no puede ser es que  en el ejercicio de tales derechos  se pretenda convertir a la institución donde está residenciada la voluntad popular en la “casa de tócame roque”.

Volver al pasado de los carteles, o en su peor imagen, a la “cal “sobre los escaños, no es lo que esperamos de la Izquierda Abertzale. Esperamos seriedad. La seriedad que otros tampoco demuestran. Los de las primeras piedras de proyectos inexistentes.

Avanzar en los ámbitos de paz y convivencia para esta sociedad nos exige, a todos,  compromiso y decisión para acometer pasos eficaces y decididos en la superación de un pasado que debe ser cerrado y para abrir nuevas oportunidades de concordia y respeto colectivo. Y, para ello, deberemos renunciar a la política espectáculo, a hablar y contestar por los medios de comunicación porque en ese diálogo siempre se prima la diferencia y no el consenso.


Es el momento de centrarnos. El momento de más pan y menos circo.

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