sábado, 20 de abril de 2024

A MI NO ME DA IGUAL

 En enero de 2017, la Izquierda Abertzale decidió reorientar SORTU, la formación heredera  del MLNV que el Tribunal Constitucional español legalizó  cinco años antes  tras los tiempos proscritos de la Ley de partidos. Fue entonces cuando en la nueva ejecutiva de esta formación  surgieron junto a pesos pesados de la organización –Rufi Etxeberria, Arnaldo Otegi, Gorka Ortiz de Guinea, Floren Aoiz o Elena Beloki- valores emergentes con especial proyección futura. Entre estos nuevos líderes  figuraban  tres de los dirigentes que más peso autoridad han alcanzado pasado el tiempo; Arkaitz Rodríguez, Gorka Elejabarrieta y Pello Otxandiano. 

 

El “nuevo Sortu”  como calificaba “Gara” al plantel surgido en el “congreso” de la “refundación”  dibujaba no solo los cuadros humanos  que dirigirían el rumbo  de los  herederos de Batasuna sino que, además trazaba la línea estratégica y la táctica en la que plantearía su propuesta política.

 

Para entender la metamorfosis experimentada hoy por la Izquierda Abertzale  es preciso escarbar un poco en las hemerotecas y volver a aquel congreso, porque lo que allí se decidió y se dijo, explica meridianamente  la transformación observada por la herramienta electoral utilizada  por Sortu. Es decir, EH Bildu.

 

La clave  argumental de todo el proceso la explicó –como era de esperar- Arnaldo Otegi. Recuperamos aquí algunas de sus palabras para constatar  la verosimilitud del planteamiento.

 

Otegi echaba mano de un antiguo refrán chino para resumir lo que en aquel momento pretendía Sortu; “si corres riesgo de perderte en el camino, es mejor volver para atrás  y encontrar el punto de partida”. En ese alto en el camino  debían cambiar modos de hacer y caras protagonistas para corregir los errores cometidos. “Hay –decía entonces Otegi- talento, energías, ganas y voluntad de hacer las cosas de otra manera en este país” desde parámetros de izquierda y populares.

 

“Para seguir avanzando” el entonces Secretario General de Sortu –más tarde  Coordinador General de EH Bildu cediendo el relevo a Arkaitza Rodríguez-  indicó que “tenemos que convencer a una mayoría del país. No se pueden hacer revoluciones desde arriba. Las instituciones no son la vanguardia sino la retaguardia”. “Hasta ahora habíamos pensado que entrando a gestionar  algunos gobiernos  haríamos los cambios desde el Boletín Oficial pero los cambios se operan realmente en la mente de la gente, y para eso hay que trabajar, hablar, convencer y también saber escuchar. Las instituciones solo vienen a ponerle sello al cambio que ya se ha producido antes en la mente de la gente”. “No hay estrategias lineales, ni de única fase, ni milagrosas”. Y para  huir de los dogmatismos Otegi  utilizó una cita de líder de las FARC colombianas, Rodrigo Londoño, Timochenko: “No es más revolucionario quien lanza las consignas más revolucionarias, sino quien sabe levantar las banderas más adecuadas en cada momento”.

 

Desde ese momento, la Izquierda Abertzale comenzó a izar nuevas banderas. Ya no se denominaría “Abertzale” sino “independentista”, EH Bildu dejó  de ser una coalición de partidos para convertirse  en una organización “abierta” –pero sometida al control de Sortu- . La relación política con los partidos del Estado  dejaría de ser combativa para transformarse en colaborativa. Buscarían alianzas  “homologables” de la izquierda tradicional para propiciar un blanqueamiento de su prestigio. Primero de la mano de Pablo Iglesias. Después  con la acción mancomunada con Esquerra Republicana de Catalunya y, finalmente, con el decidido apoyo a los gobiernos de Pedro Sánchez  a los que apoyaron hasta en seis ocasiones en su proyecto de estabilidad y previsión presupuestaria.

 

Su nuevo camino les ha reportado tensiones. Una parte de su masa social, la representada  por una fracción significativa de su juventud tradicional  se ha divorciado del proyecto, encapsulándose en un grupúsculo  revolucionario comunista  cuya disidencia apenas  le generará daños. Sobre todo  cuando mantiene al conjunto de su parroquia cohesionada con éxitos parciales como el conseguido con el fin del alejamiento del colectivo de sus presos, un “nervio” fundamental en el corpus social  de los hoy “independentistas”.

 

El “aggiornamento”  o el paso de crisálida a mariposa se ha acelerado notablemente  en la preparación de las elecciones autonómicas. Cambio de imagen, de discurso, de protagonistas. La mutación ha sido plena. El objetivo era  una ambición largamente soñada en la Izquierda Abertzale; acabar con el PNV. Acabar con él para sustituirlo. El enfrentamiento directo con los jeltzales no había dado los frutos apetecidos en el pasado. De ahí que había que intentarlo de otra manera. Ganar la revolución con la moderación. 

Utilizando banderas de conveniencia que hicieran desaparecer las sombras de una trayectoria política que espantaba a los electores.

 

Tenían que superar aquella visión antipática con regusto  autoritario que dejó su breve episodio gubernamental en Gipuzkoa. Así, han lavado su  imagen, la han dotado de mercadotecnia, han atemperado su discurso. Hablan como siempre ha hablado el PNV. Han imitado su figura, sus actos, sus colores. Hasta han fijado su sede electoral de mañana domingo a escasos doscientos metros de Sabin Etxea. Parecerse al PNV para sustituir al PNV. Pero aportando la lozanía  de  una organización nueva. Sin pasado.

 

Lo hemos visto en la evolución de una campaña en la que muchos de los discursos podrían haber sido  sacados de la más pura tradición nacionalista. Las apelaciones a los “acuerdos de país”, a la “gobernanza colaborativa”, a “un nuevo estatus que contenga el reconocimiento nacional, la bilateralidad y el derecho a decidir”. En muchos ámbitos, la propuesta de  EH Bildu ha sido un clon  de la doctrina  tradicional del PNV.  Muchos sí, pero no todos. La asignatura ética sigue estando pendiente para los de Otxandiano. Y ahí  es donde  la “marca blanca” de la Izquierda Independentista  revela  su realidad oculta. Por mucho que se obstinen en enterrar el pasado en el olvido, su vínculo  con la oscuridad de su trayectoria siempre aflora. Porque en su convencimiento íntimo  no renuncian a ella.

 

Nadie sabe si  el electorado vasco ha reaccionado y despertado de su letargo vaticinado en todas las encuestas. También se desconoce si, en el caso de que los indecisos -cerca de un 20%- decidan finalmente votar mañana a quien beneficiará su movilización. Los politílogos  apuntan una cosa; que será el PNV quien más sufragios  de última hora recabará. Pero tal vaticinio  son es una  conjetura pues nadie sabe  en verdad  qué papeleta  se esconderá tras los sobres de los últimos reflexivos.

 

Todo está en el aire. Como nunca estuvo. Habrá que ver hasta donde le golpea al PNV el desgaste de confianza que se percibía en los estudios sociológicos. Los jeltzales han intentado por todos los medios a su alcance  recuperar la confianza perdida de una parte del electorado que se ha distanciado de ellos  por razones diferentes. 

Desde quienes argumentan su indecisión en la insólita  razón de “estar cansados de ver siempre a los mismos gobernando”,  hasta quienes  se han sentido defraudados o desatendidos de manera particular por aspectos singulares de la gestión de los nacionalistas. 

Todo ello  en medio de un clima  en el que una mayoría consultada en encuestas, valora positivamente la acción gubernamental y en el ámbito individual define su situación vital como “buena”. Sorprendente. Sensación de bienestar  y, en paralelo, estado de queja. 

Diré, sin más calificativos, que somos así. Contradictorios e inconformistas.  Veremos  si en esa paradójica  circunstancia quienes  sostienen que “les da igual quien gobierne”  terminan por inclinar la balanza  de unas elecciones cuyo resultado  final repercutirá  en la calidad de vida de todos.   

 


Mañana se despejará, igualmente, la incógnita del nivel de crecimiento  de las listas presentadas por EH Bildu.  Todo apunta a que el cartel  electoral de SORTU obtendrá un relevante resultado.

 

Lo que parece evidente es que, pasada la carrera electoral, la estrategia de metamorfosis quedará en suspenso el lunes 22. Pasado mañana recobraremos  nuevamente la imagen verdadera de la “izquierda Abertzale”. La que volverá a instalarse en el “no”, la de la “oposición a todo”, la que volverá a la pancarta y a deslegitimar  todo proyecto constructivo que se presente  “en esta parte del país”. 

El lunes  volverá Sortu, a cara descubierta.

Pensemos en ello. Pongamos el despertador para mañana. De lo contrario tal vez en lo sucesivo nos veamos obligados a colgar nuestra basura de un poste. Y eso, a mi, no me da igual

sábado, 13 de abril de 2024

EL LEGADO DE ARDANZA

Siempre se hace difícil expresar  por escrito unos sentimientos cuando la emoción embarga el ánimo. Por eso  quizá estas líneas no sean las más precisas  que haya trazado. Pero, espero  comprendan los lectores la sencillez  de mis palabras  pues surgen directamente del corazón.

A pesar de su porte de  personaje sencillo, sin vocación  de notoriedad ni fama, a pesar de esa primera imagen de  individuo serio, más bien gris, él siempre  reservaba una sonrisa.  A decir verdad, cuando sucedió a Garaikoetxea pocos creyeron en que duraría mucho en el cargo. Su imagen era antagónica a la del navarro. Aquellas gafas oscuras, el traje gris, la aparente timidez, le hacían pasar por un agente de notaría. No por un líder carismático como era  el caso de su antecesor.   

 

Pero Ardanza tenía otros valores. Era, efectivamente, un hombre reflexivo, conversador infatigable y, al mismo tiempo, “escuchador”  practicante. En esa doble faceta de conversador  y de ávido entendedor, era capaz  de provocar un diálogo consigo mismo. 

Cuantas veces, al calor  de un problema,  hemos presenciado  aquellos soliloquios en los que el lehendakari preguntaba a Jose Antonio y este contestaba al mandatario  con razonamientos sumamente ilustrativos. Y es que Jose Antonio Ardanza  fue  un ser pasional. Un ejemplo de bonhomía que siempre pensaba en positivo. 

Aún en los momentos más difíciles –y los padeció  en cantidad-.

Un hombre sincero. Sin maldad ni doblez. De los que entendían la política  en toda su grandeza. De esos que, viendo el panorama que tenemos enfrente, echaremos mucho de menos.

Había militado en la clandestinidad. En la Juventud Vasca –EGI-  que no cruzó la frontera de la violencia cuando la corriente  impulsaba a lo contrario. Pero como él repetía, era “primero demócrata y luego nacionalista” Una impronta consustancial a su figura  humana y política.

 

Su compromiso le llevó a las instituciones. Al  ayuntamiento de Arrasate primero. A la Diputación de Gipuzkoa después y al Gobierno vasco  finalmente en una tesitura  ni buscada  ni agradecida. Todo lo contrario. Fue un trance  complicado y doloroso. Por las circunstancias políticas. En el fuego cruzado de una escisión que fragmentó la familia nacionalista.

 

Le recuerdo aquella fría noche de diciembre de 1984 en la bilbaína sede del PNV (Edificio Granada). Acudió  allí con la ingenuidad  de quien atiende  la llamada de sus mayores. Sin conocer la durísima encomienda que tenían reservada para él. Y para quienes desacreditan a los políticos  y afirman que “todos son iguales”  sepan  que Ardanza se resistió. Que su ambición no era  la de medrar, la de alcanzar el “poder”. Su anhelo era servir al país. Ser útil. Y bien que lo fue.

 

Ardanza llegó a Ajuria Enea  impulsado por un PNV  en minoría  y herido. Sin tan siquiera el apoyo de su grupo parlamentario. Con un portavoz  que en su investidura dedicó su tiempo a loar al predecesor en lugar de  defender la candidatura del aspirante. Llegó hasta Vitoria joven,  con 44 años aún sin cumplir. Con todo en contra. En medio de un cisma político con consecuencias  personales y  grupales  similares en hostilidad a un divorcio  desabrido. Con una familia –la suya- desplazada  de su  hábitat natural por el compromiso adquirido. Con Mari Glori, su fiel compañera,  obligada a apartarse de su trabajo. Con sus hijos, Nagore y Aitor, pequeños y en una primera fase de escolarización. Y con un perro, un nervioso collie, que se convirtió  en el guardián del nuevo hogar  de los Ardanza-Urtiaga, el palacio  situado en la calle Fray Francisco.

 

Aterrizó  en la presidencia del gobierno en un país sumido en la crisis. Crisis económica (con paro de hasta el 30%). Crisis industrial (con los sectores estratégicos  arruinados). Crisis  de violencia (con decenas de asesinatos y actos terroristas, con una guerra sucia convertida en terrorismo de Estado). Crisis política (con la aplicación del “café para todos” y  la post loapa de García Enterria).  Pero Ardanza no se amilanó. Era un corredor de fondo. Y gobernó. Tuvo la virtud de, como diría el Dalai Lama que le visitó en Euskadi, encontrar el camino medio. Inauguró la política del pacto. Del acuerdo  programático entre diferentes en catorce años de gobiernos de coalición. Quizá su espíritu cooperativista  le llevó a ello.  

 

Con él, el autogobierno vasco se fue edificando. Durante su presidencia, sus ejecutivos  consiguieron la transferencia de la sanidad para Euskadi y se creó Osakidetza. Se produjo el despliegue de la Ertzaintza por todo el territorio.  Se hizo  frente a la reconversión industrial,  se instauró la primera  Renta Básica (hoy RGI), se afrontó la construcción del Museo Guggenheim, la Acería Compacta,  inauguró la autovía de Leizaran o constituyó el órgano común permanente con la comunidad foral de Navarra entre otras actuaciones gubernamentales.  

 

Buena parte de la Euskadi que disfrutamos hoy –todos, hasta los que se creen que el país ha comenzado a crecer con su llegada-  la cimentaron los gobiernos presididos por Jose Antonio Ardanza. Un constructor metódico. Riguroso y certero.

 

Su innegable eficacia en la gestión del autogobierno  le hizo cosechar injustas críticas  provenientes de todas partes.  De aquellos  que desacreditaban  y ridiculizaban el autogobierno menospreciando el “gobierno vascongado”. Sí, esos que hoy aspiran a liderar el mismo país pero con “nueva ambición” y que  se apropian de lo hecho tras cuarenta años de sabotaje permanente.

 

Y también  las desafortunadas e injustificables “ironías” que desde dentro de su misma “casa” pusieron en cuestión el trabajo y los resultados de una etapa que, vista con perspectiva, se ha demostrado próspera  y tranquila.  Tranquilidad que algunos confundieron con “tiempos muertos”. Inmerecidas palabras para un hombre disciplinado y sacrificado como pocos.

 

 Sin embargo, para el conjunto de los observadores, el principal logro político e institucional de Jose Antonio Ardanza  fue el denominado pacto de Ajuria Enea (Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi) firmado por todos los partidos políticos vascos a excepción de Herri Batasuna.

 

El acuerdo multipartito fue el paso adelante fundamental para  la deslegitimación de la violencia  y el aislamiento social del terrorismo.  La búsqueda de la paz fue para él una obsesión. La obcecación  de un hombre  sensible  al que le dolía el dolor ajeno. La angustia de las víctimas a las que acompañó en su sufrimiento.

Hoy todos loan la figura de Ardanza y le rinden reconocimiento. Pero no siempre fue así. Como él solía decir, “perdonar sí, pero olvidar no”. Por eso no podemos olvidar, por ejemplo, que ETA culpabilizó a Ardanza y a su gobierno de hacer fracasar las conversaciones de Argel. No podemos olvidar la cal viva depositada en el escaño de su vicelehendakari, Ramón Jauregi, por  un parlamentario  de la Izquierda Abertzale.

Tampoco olvidar  que ETA asesinó a su consejero  Fernando Buesa y que atentó gravemente  contra otro  de sus colaboradores, Jose Ramón Recalde. Por no hablar  de los múltiples intentos de atentado planificados contra la vida de Juan Mari Atutxa.

La hostilidad de entonces no se blanquea hoy  con simples “reconocimientos” públicos ni con condolencias  circunstanciales.   

 

Fuera de la actividad institucional, mi memoria recupera la única imagen risueña y exultante de Jose Antonio Ardanza que recuerdo. Fue en Dunkerque, el año 2001.  Allí comenzaba el Tour de Francia y por primera vez el equipo Euskaltel-Euskadi participaba en la “grande boucle”.  Ardanza  encabezaba una delegación del operador telefónico, patrocinador, junto a las instituciones vascas del equipo ciclista. Allí estaba también su sucesor, el lehendakari Ibarretxe. Y también quien fuera su consejero y posteriormente Diputado general de Bizkaia, Josu Bergara. En el “Village” de la organización  del Tour, los deportistas preparaban la contrarreloj. Y Ardanza, acompañado de Miguel Madariaga, asignaba como si fuera  el manager del equipo naranja, los turnos de  acompañantes en el coche de la dirección del equipo naranja. Era la escuadra de nuestro país y había llegado a la carrera más importante del mundo.  Ardanza gozó  del momento como niño con zapatos nuevos.

 

Hoy, ley de vida, nos ha dejado. En vísperas de unas elecciones. Se ha ido  antes de votar, como era su pretensión. La larga enfermedad  había hecho que  hubiera hecho todos los trámites para poder ejercer su derecho de sufragio. Pero la Parca llegó para cortar el hilo de su vida antes de la apertura de las urnas. No obstante el voto de Jose Antonio Ardanza Garro estará presente para muchos de nosotros. Como el resto de su legado.

 Egun haundira arte Lehendakari .